miércoles, 28 de julio de 2010

ESCENA LA TETA ASUSTADA. Por Carlos Sánchez

Severina, la prima de Fausta, le explica al despachador de buses que el bulto que esta pretende llevar a Provincia es el cadáver momificado de su madre. El se niega a atenderlas y las echa del lugar. Ante la negativa, Fausta sin avisar da vuelta y con andar rabioso deja atrás a Severina, quién no puede seguirle el paso por su adelantado embarazo. Fausta desciende por las escalinatas públicas que llevan al barrio donde su familia presta el servicio de bodas. Su prima se detiene jadeante y le reclama por dejarla atrás con la dificultad de su embarazo. Ella no hace caso, trata de volver y reclamarle. Se contiene, su mirada desprende ira e impotencia; le ha arruinado la mejor posibilidad que tenía de cumplir con lo prometido a su madre: enterrarla en su pueblo natal. Inesperadamente, a la vista de Fausta, aparece un hombre caminando en sentido contrario, que va acercándose rápidamente. Ella se detiene, se ha paralizado. Mira a Severina con gesto suplicante; no le dice nada, no lo necesita. Su prima sabe lo que hay en la mirada de terror de Fausta, entiende lo que pasa en ese rostro ingenuo, prístino y suplicante, que le mira primero y luego al transeúnte, insistentemente. Severina toma aire y, a pesar de su cansancio, inicia su marcha para rescatar a Fausta. Su sapiencia la mueve, entiende que ella sufre un mal que proviene de la tierra; del odio y la maldad de la guerra; la teta asustada. Fausta tiene miedo a los hombres, teme a ser vejada como su madre. Justo a unos pasos del caminante, Severina la alcanza, la coge del brazo, la despega de la tierra, la hala con firmeza pero con suavidad, se hace frente a ella, la cubre; se ha convertido en un escudo de amor, de comprensión, se ha transformado en un muro que abriga a Fausta cuando el caminante pasa frente a ellas.

Autor: Carlos Sánchez

No hay comentarios:

Publicar un comentario