sábado, 31 de julio de 2010

Leonor Alcántara Valderrama (por Carolina Jaimes Branger)

 
La mayor de los hijos del ministro tenía eso que llaman “vida”. Ese algo que va más allá del encanto. Ese algo que tiene mucho de inteligencia y mucho de picardía. Leonor era más que bonita, sin ni siquiera ser bonita.

Manejaba cuando sólo dos mujeres manejaban en Caracas. Salía a pasear en el Lincoln de su papá, desde Caracas hasta Los Chorros. En Los Dos Caminos montaba en el carro a todos quienes cupieran y quisieran pasear hasta la casa grande. De “orillera”, la calificaba su mamá cuando la veía entrar en el automóvil en medio de una gran algarabía, con muchachos sentados hasta en el capó y tocando la corneta. Al nomás bajarse del carro, salía en frenética carrera a lanzarse con ropa y todo en el tanque de agua, seguida por todos sus pasajeros.  “No parece ni prójima de la madre”, decían los lugareños.

Se susurraban historias sobre ella. “Parece que no es virgen”… “tuvo un romance con un hombre casado”… “la vieron bañándose a medianoche en el chorro de Ño Leandro con el embajador del Canadá”… pero siempre había alguien que las desmentía o las acallaba. A Leonor, al contrario del resto de su familia, la tenía muy sin cuidado el “qué dirán”. Su franqueza desarmaba a cualquiera. Con la misma desfachatez con la que le había metido un rabipelado en el baño a la esposa del presidente de una compañía de seguros norteamericana “para que aprendiera a no ser tan pazguata”, se paraba en medio de los discursos en los actos oficiales y se iba. Leonor Alcántara no comía cuentos.

Indomable era el calificativo que mejor le calzaba. Su madre había perdido las esperanzas de que cambiara, aunque la seguía de cerca para intentar guardar las pocas apariencias que le permitían los actos de su hija mayor. Leonor usaba pantalones para salir en Caracas, se quitó el luto por la abuela antes del año, tomaba ron y ocasionalmente fumaba. Era total y absolutamente irreverente. Irónica con la gente que consideraba tonta y sarcástica en sus apreciaciones sobre la vida. Dormía desnuda, leía hasta la madrugada libros que no tenían el “nihil obstat” en el que insistía su madre y a falta de imágenes de hombres desnudos – las fotos que había traído de Nueva York las quemó la señora Alcántara- se excitaba viendo unas fotos de desnudos femeninos que encontró guardadas en una lata, en el fondo de una gaveta en el estudio de su papá.

Leonor tenía el cabello castaño oscuro y corto. Se lo cortó ella misma el día que cumplió dieciocho años, harta de la larguísima trenza que por años había usado y que guardaba para colocarse como postizo en ocasiones especiales. Ya una vez lo había llevado corto, cuando tenía siete años, pero había sido por causa del tifus. Desde entonces no se lo había cortado. Además, el cabello corto estaba de moda y se le veía muy bien, pues lo tenía liso y muy brillante. Para ondulárselo, en las noches se colocaba unas pinzas francesas que le había regalado su amigo Manasés. La señora Alcántara no veía con buenos ojos la amistad de su hija con el judío “porque los judíos mataron a Cristo”, pero Leonor respondía invariablemente:

-Mamá, ¿qué de malo tienen los judíos? ¡Cristo era judío!

Manasés era distinto a todos sus otros amigos. Hablar con él siempre era muy interesante. Hablaba de otros temas y hacía otras cosas. La había llevado al set donde su amigo Enrique Zimmerman filmaba la película  La Dama de las Cayenas o pasión y muerte de Margarita Gutiérrez, una sátira de La Dama de las Camelias que se había estrenado unos meses antes. Ahí Leonor descubrió una nueva pasión: el cine, e hizo amistad con dos de los actores: Francisco Pimentel, a quien llamaban el Jobo, y Leoncio Martínez, apodado Leo.

Con Manasés había ido a ver a sus amigos barriendo la Plaza Bolívar trajeados de smoking, por órdenes de un hipnotizador que habían visto en el Teatro Municipal.

-         ¿Y a ti por qué no te hipnotizó, Manasés? –
-         Porque yo no soy patiquín.

Leonor rechazaba con toda fuerza las diferencias sociales. En eso se parecía a su papá, el doctor Alcántara.

     - Si yo quisiera matar a mi mamá, con decirle que me voy a casar con un negro pobre bastaría – le decía a Manasés.
     - No vayas tan lejos: si le dices que te vas a casar conmigo también se moriría – y los dos se reían a carcajadas.

Manasés había sido el primer hombre que la había besado. Como ambos sabían que era imposible una relación entre ellos –Manasés tenía que casarse con una judía- se convirtieron en mejores amigos.

-         Tienes los ojos tan negros que no se te ven las pupilas, y eso me causa intranquilidad.
-         ¿Y por qué, Manasés?
-         Porque no sé si me estás diciendo mentiras. Cuando la gente dice mentiras se le dilata la pupila.
-         ¿En serio? Tú mejor que nadie sabes que soy muy franca: yo digo lo que pienso.
-         Sí, pero puedes decir lo que piensas y también decir mentiras. No son cosas excluyentes.
-         ¿Y tú crees que yo digo mentiras?... Dime, ¿qué mentiras te he dicho?
-         Yo lo que creo es que tú tienes un volcán adentro que no sabes cómo manejar.
-         ¿Que no sé cómo manejar? ¡Eso crees tú, Manasés!…

Emma era la mejor amiga de Leonor. Vivía en casa de los Alcántara cuando estaba en Caracas. Ella y Leonor eran muy distintas, pero desde que se conocieron siendo muy pequeñas habían sido inseparables. Fue con motivo de la boda de un tío de Leonor con una tía de Emma en Villa de Cura, que selló la amistad de vieja data de las dos familias. Además, la señora Alcántara era la madrina de Emma.

-         ¡Qué bueno que llegaste! – le dijo Leonor a Emma – No aguanto a Glorita. Mi mamá le dijo que no me dejara sola ni un segundo y estoy que la pateo. Manasés tampoco la soporta, dice que se hace la boba para enterarse de todo lo que hablamos para ir a soplárselo a mi mamá. Eres mi chaperona favorita, Emma.
-         Yo también estoy muy contenta de haber venido, tengo cosas que contarte.
-         ¡Cuéntame, cuéntame!
-         ¿Te acuerdas de Daniel Smith?
-         ¡Claro, es el buenmozo aquél que te coronó cuando fuiste reina de los carnavales! ¡Cómo olvidarlo!

Emma se sonrojó.

-         Me ha estado visitando.
-         ¿En serio?... ¿y qué… por fin te diste un buen revolcón?
-         ¡Ay, Leonor, tú con tus cosas! Si te oyera mi madrina.
-         ¿Te revolcaste o no?
-         ¡Claro que no, Leonor! Y tú tampoco te has revolcado con nadie, no sabes nada de eso. Las que se revuelcan son las mujeres de la mala vida. Tú y yo somos mujeres decentes y observantes cristianas.

Leonor sonrió. Si supiera Emma de lo que se había perdido.

-         ¿Ni un beso te ha dado?

Emma se volvió a sonrojar.

-         ¿Te besó, Emma?
-         Sí.
-         ¿Y?
-         Me propuso matrimonio.





















Ficha de personaje: María Pía. (Segundo personaje)
Nombre: María Pía.

Características:

Tiene nueve años y medio y estudia tercer grado en el mismo colegio que Andreina. Es madura para su edad.

Es alta y bonita. Tiene el pelo castaño claro con reflejos naturales. Los ojos son pardos verdosos y generalmente anda sonriente.

Le apasiona el deporte. Es la primera base del equipo de kickingball del colegio. Su equipo quedó en primer lugar de la liga inter escolar este año.

Está comenzando a asistir a las prácticas de fútbol para ver si la aceptan en el equipo. Daniel, el entrenador, la vio jugar en el recreo y le pidió que asistiera a los entrenamientos. Le dijo que posiblemente la podría fichar para el equipo.

Es aplicada e inteligente. Es la mejor del salón en matemáticas y ganadora por dos años consecutivos del concurso de poesía.

Es conciliadora. Es una excelente mediadora en resolución de conflictos.

Le gusta cantar y bailar. Prepara coreografías junto a sus amigas.

Es extrovertida y divertida. Inventa salidas con sus amigas durante los fines de semana.

Tiene criterio para tomar decisiones y no se deja llevar por la opinión de sus compañeras. Cuando presencia un mal trato, hace algo para salvar a la amiga maltratada. Hace poco cuando vio que estaban molestando a Andreina, llamó la atención de las agresoras buscando distraerlas para que dejaran de molestar sin que éstas se dieran cuenta que lo estaba haciendo para eso. Simplemente les dijo: ¨ Corran que esta comenzando el partido.¨ Éstas salieron corriendo y se olvidaron de Andreina.

Es incapaz de hacer sentir mal a nadie.

Se la pasa en una rochela. Puede hacer de payaso frente al salón pero cuando ve que se acerca la maestra corre de inmediato a sentarse en su pupitre como si fuera una santa.

Es muy amiguera. Tiene un grupo de amigas desde pequeñas, desde la época del preescolar. Sin embargo se lleva bien con otros grupos. Con la única persona de su salón con la que ha tenido problemas es con Lía. Aunque ésta le parece divertida, detesta que se quiera divertir a costa de los demás. Eso si no le parece justo.

Tiene buen gusto para vestirse. En los ratos libres disfruta ojeando revistas de moda.

Es colaboradora con maestras y amigas. Es considerada con los demás y ayuda a su mamá, cuando puede, en los quehaceres de su casa. Una que otra vez lava los platos y tiende su cama los fines de semana cuando se lo recuerdan.

Tiene 114 amigos en Facebook.

Sueña con ser solista de las gaitas cuando esté en quinto año. Ruega para que la pongan desde ya en clases de canto. Sabe que la competencia es apretada y quiere prepararse con tiempo para lograr su meta.

Le teme a hacer el ridículo.

Le encanta jugar al quemado en el recreo.

Tiene miedo que sus papás decidan irse a vivir a otro país. Cada vez que escucha hablar de este tema se le ponen los pelos de punta. Por nada del mundo quisiera separarse de sus amigas.

Le gustan las canciones de Shakira
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Ficha de personaje: Andreina.
Nombre: Andreina

Características:

Es una niña tímida de 9 años.

Cursa tercer grado en un colegio privado de niñas en la capital.

Usa lentes, tiene el pelo liso, color marrón y es blanca leche.

Le apasiona la ecología y sueña con ayudar a salvar el planeta.

No es deportista. Cuando intenta jugar al kickingball se muestra distraída y torpe, se le cae la pelota de las manos con cierta frecuencia.

Le gusta jugar con muñecas, pintar, hacer origami y jugar cartas.

Es solitaria. No tiene ninguna amiga con quien estar en los recreos. Generalmente deambula sin rumbo fijo mirando de lejos como las otras niñas se divierten. Almuerza sola todos los días.

Tiene un tono de voz bajo.

Es de baja autoestima. Piensa que los otros hablan mal de ella y cree que tienen razón porque son más listos, populares y bellos que ella.

Es insegura. Espera que los otros digan su opinión para luego dar la suya. Busca constantemente la aprobación de adultos y niños.

Es dulce y cariñosa.

Su mayor anhelo es sentirse querida y aceptada por sus compañeras.

Es noble y educada. Algo que nunca haría es hacer sentir mal a alguien. Es por eso que no entiende que se lo hagan a ella. Su regla de oro es: no le hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan.

Su mayor pesadilla es estar parada frente al salón y sentir las burlas de sus compañeras.

Se la pasa triste y preocupada. Piensa que todas las niñas de su salón son sus enemigas. Sin embargo cree que Lía es la peor de todas, porque es la que inventa la mayoría de las trastadas que le hacen.

Piensa mucho lo que va a decir antes de hablar. Generalmente justifica lo que hace y siente que tiene que dar explicaciones por todo.

Le duele la barriga a menudo cuando va camino al cole en las mañanas.

Guarda un secreto, el nombre de las niñas que la han amenazado en caso que las denuncie por acoso escolar con las maestras.

No sabe resolver conflictos. Se siente atrapada en un conflicto perenne: el rechazo de sus compañeras. Las palabras no le salen para defenderse de insultos y burlas.

viernes, 30 de julio de 2010

Ficha personaje: Delia Teresa V 1.0

Nombre: Delia Teresa
SobreN: Teteta.
Nació con el siglo (1900) durante su vida siempre lo decía con orgullo y picardía
Es la mayor de siete hermanos.
Pierde a su madre con la edad de veinte años y a su padre seis años después. Durante esos seis años tuvo que “encargarse de la familia”. 
Le tocó cuidar a Wintila el menor de todos con tan solo siete años cuando murió Doña Delia.
No se casaría sino hasta que ambos padres murieron, la entregó su hermano Udón Segundo.
A pesar de no haber pasado cuarto grado, su pasión secreta era la escritura. Le era prohibido escribir en casa. 
Toca al piano muy bien, pero sólo lo hace en casa, para sus padres y los amigos de ellos.
Su amor Guillermo de noviazgo largo, más de siete años, con quien se casaría.
Fue la más alta de las hermanas y sin duda la genética la favoreció. Sus ojos almendrados en una simetría perfecta con su rostro. Cabello negro, ni muy ondulado ni muy liso, muy coqueta se sabía la favorita de su padre. De piel blanca y tersa.
Terca y orgullosa, era difícil llevarle la contraria. Peleaba siempre con Pipina una de sus hermanas.
Su infancia transcurrió sin grandes enfermedades, desde niña fue muy tranquila, al contrario de Taíta la menor.
Su libro de autógrafos está llenos de poemas que le dedicaron grandes escritores de la época, amigos de la casa.
Es posible que haya un affair con su futuro cuñado. Lo que la acongoja de sobremanera.
Celaba su guardarropa, que estaba formado por vestidos exclusivos hechos por la costurera de la familia con telas traídas del lejano Oriente. No se las prestaba a las hermanas.
Más que pechos sus nalgas eran una providencia.
Profundamente católica, iba a misa todos los días, además de rezar el rosario. También era una situación “social” de la época.
Sentía una conexión con las epístolas de San Pablo
Respetó a su padre hasta la tumba ¿por eso no se casó antes?
Sus amigas eran las vecinas Angulo y las Trujillo. Especialmente M.
Tajante es una palabra que pudiera definir a Teteta. Su madre la crió para que pudiera manejar el hogar con prestancia y estuviera preparada para ser mamá.
No aprendió ningún otro idioma pero conocía muy bien el español, era lectora avezada de las novelas  negras de Arsenio Lupin de Maurice Leblanc(verificar fecha de las traducciones) y leía la poesía que encontraba en la biblioteca de su padre.

miércoles, 28 de julio de 2010

ESCENA LA TETA ASUSTADA. Por Carlos Sánchez

Severina, la prima de Fausta, le explica al despachador de buses que el bulto que esta pretende llevar a Provincia es el cadáver momificado de su madre. El se niega a atenderlas y las echa del lugar. Ante la negativa, Fausta sin avisar da vuelta y con andar rabioso deja atrás a Severina, quién no puede seguirle el paso por su adelantado embarazo. Fausta desciende por las escalinatas públicas que llevan al barrio donde su familia presta el servicio de bodas. Su prima se detiene jadeante y le reclama por dejarla atrás con la dificultad de su embarazo. Ella no hace caso, trata de volver y reclamarle. Se contiene, su mirada desprende ira e impotencia; le ha arruinado la mejor posibilidad que tenía de cumplir con lo prometido a su madre: enterrarla en su pueblo natal. Inesperadamente, a la vista de Fausta, aparece un hombre caminando en sentido contrario, que va acercándose rápidamente. Ella se detiene, se ha paralizado. Mira a Severina con gesto suplicante; no le dice nada, no lo necesita. Su prima sabe lo que hay en la mirada de terror de Fausta, entiende lo que pasa en ese rostro ingenuo, prístino y suplicante, que le mira primero y luego al transeúnte, insistentemente. Severina toma aire y, a pesar de su cansancio, inicia su marcha para rescatar a Fausta. Su sapiencia la mueve, entiende que ella sufre un mal que proviene de la tierra; del odio y la maldad de la guerra; la teta asustada. Fausta tiene miedo a los hombres, teme a ser vejada como su madre. Justo a unos pasos del caminante, Severina la alcanza, la coge del brazo, la despega de la tierra, la hala con firmeza pero con suavidad, se hace frente a ella, la cubre; se ha convertido en un escudo de amor, de comprensión, se ha transformado en un muro que abriga a Fausta cuando el caminante pasa frente a ellas.

Autor: Carlos Sánchez

ESCENA LA ADIVINA. Por Carlos Sánchez.

Solo habían dos cosas en que mi madre no era tacaña: mi hermana y las adivinas. En las brujas, como también las llaman, mi madre gastaba sin consideración, era casi adicta, asistía a por lo menos a una cita semanal. Por esto cuando nos mudamos a la casa que compró mi padre, para estar cerca de su familia, y mi madre se enteró de que la romería diaria de autos que visitaban la casa de nuestros vecinos, eran clientes que llegaban para ser atendidos por una adivina, el rostro de ella adquiría una expresión de niña precoz cuando debía salir de la casa o atendía a alguien en la entrada, nunca pudiendo evitar una mirada de soslayo hacia dicha casa. A pesar de mis ocho años, no entendía como tantas personas tenían la certeza de que su vida estaba regida con algo que normalmente se usaba para jugar.
Lo que contuvo a mi progenitora para pedir una sesión con la bruja vecina, era que le temía a estar en la lengua de sus vecinos más que a las serpientes; se ponía histérica solo con verlas en televisión o fotos. Pasó largas noches tratando de conciliar el sueño, pensando en que la luz a todas sus intrigas se podría encontrar justo atravesando el muro de su habitación. Para ella lo importante era lo que pudiera saber, no como se lo dijeran: con la baraja; actividad básica de las brujas; el tabaco, el cigarrillo, el café ó el chocolate, incluso con riegos. Mi madre era adicta al saber. Buscaba saber, un saber siempre del presente, porque las brujas no se especializan en el futuro, no señor, se especializan en el presente, la riqueza esquiva, los enemigos ocultos, los peligros cotidianos, las traiciones e infidelidades, todas del presente, por esto los mafiosos y mágicos; se les decía mágicos a los que aparecían con riqueza de la noche a la mañana; eran los más asiduos clientes de estas especialistas.
Como casi siempre, a mi madre las cosas se le daban; solo esperaba y se le daban. En menos de dos meses la bruja se mudó. Una semana después mi madre ya estaba en la sala de espera, de la antes bruja vecina, para que le adivinaran la suerte. Solo yo la acompañé, porque siempre que había servicio doméstico me tocaba, como hijo mayor, salir solo con mi madre en sus incursiones al mundo exterior; siempre yo era el escudo para defenderse de la paranoia que sentía hacia el temido chisme. El viaje fue largo y además único. Solo fuimos a una “consulta”, mi madre dijo que no era efectiva, que era un fraude, por eso la siguiente lectura de naipes se la hizo con la bruja de siempre, donde unas semanas después tuve el primer encuentro con uno de los que conocería luego como “cacorros”; unos chandosos que no son capaces de amar mujer alguna, se aman demasiado a sí mismos para ello, por lo que prefieren pagar para tener sexo con muchachos, sonsacarlos o cuando se les da la facilidad violar niños.
Autor: Carlos Sánchez
CESGO

ESCENA DEL ESTÚPIDO. Por Carlos Sánchez

Minutos antes el perro chandoso, mestizo, se pavoneaba alegremente por toda la cola de compradores. Con gesto amistoso se acercaba a cada uno de los enfilados, confirmado con su permanente movimiento de rabo y permitiendo una que otra caricia de quién quisiera regalársela. Nos acompañó con su juguetón vaivén hasta que llegó el bus de media mañana, que precisamente hizo parada frente a mí. Entonces el chandoso tenía que meterse a husmear debajo del bus, justo cuando este reiniciaba su marcha. El perro tontamente trata de escapar por la parte trasera, pero se devuelve cuando ve la esfera de la transmisión que se le viene de frente. Y ¡tas!... se sintió un golpe seco, metálico, infinito en la parte posterior de su cabeza. Ese perro juguetón me presentó a la muerte sin yo pedírselo. Por supuesto fue un entremés, desde ese momento me he topado con la muerte en demasiadas ocasiones. No he tenido que ir a anfiteatros ó hacerme amigo de bandidos, tampoco hacer investigaciones de campo y menos crear historias fantásticas sobre estos especímenes que andan jugando a la muerte. Estaban en mi día a día, como el sol. Demasiadas ocasiones vendría a mí memoria el eco metálico de aquella ocasión, debido a chandosos que, cual estúpidos perros mestizos, invocan la muerte, siendo eso sí, acertadamente escuchados.
Autor Carlos Sánchez
CESGO

ESCENA DE MUERTE. Por Carlos Sánchez

Lloraban, gritaban pidiendo ayuda. La madre, de presencia apacible, facciones suaves, de una belleza apenas perceptible y contextura atractiva a sus casi cuarenta años, sostenía el rostro del moribundo en sus brazos. Estaban justo a la entrada de la tienda donde, debido a la habitual escasez en las navidades de los setenta, esperábamos en una larga cola la llegada del carro repartidor de leche. En medio de la multitud su hija adolescente, desaliñada de ropa y pelo, de gran parecido a su madre, suplicaba por agua para el moribundo. Su hermana menor, que a duras penas llegaba a diez años, con un hermoso cabello castaño ondulado y vestida de falda flores, no se movía del lado de su madre. La niña no podía evitar que sus ojos desaguaran torrentes de lágrimas y gemía insistentemente evitando que su inmenso dolor le robara el aíre.

Pronto apareció una mano con la vasija de agua, inmediatamente la hermana mayor llevó el líquido hacia la boca jadeante del moribundo y no habiendo este recibido más que un sorbo, se desató lo inevitable: la muerte se le echo encima, dejando a la vista de todos, unos ojos brillantes que no miraban más. La boca del cadáver quedó abierta con su lengua descolgada y unos colmillos filosos despuntaban amenazantes, pero ya sin intimidar.

Así comprendí, a mis seis años, después de unos interminables minutos, entre el llanto de las dolientes y el silencio de los espectadores, lo que pasaba con los vivos; ¡nos quedábamos sin poder despertar, nos convertíamos, vaya a saberse cuando, en monstruosas estatuas, sin poder dar marcha atrás! Había escuchado a mi madre advertirme, en muchas ocasiones, sobre la posibilidad de morir por infinitas causas, siempre afirmando que cada cual es responsable del hecho, sin yo entender, para ese entonces, que después de morir nadie tiene que responder por nada. Entendía la muerte como quién entiende el dolor del hambre o la angustia de la sed, pero la certeza de su presencia, cual espada de Damocles, me pegó ese día.
Autor: arlos Sánchez

Sebastián es un niño todoterreno. Decir que es adorable, muy simpático, lindísimo y educado es dejar de lado la mayor de sus virtudes: es un guerrero urbano. Como muchos niños de nuestro tiempo, emigra desde su tibia camita demasiado temprano, para cubrir su apretada agenda. Se sienta con su mami a desayunar cereal, mientras planea mentalmente las actividades del día: halarle las colitas a Laura, colorear con los creyones de cera, aunque tenga que arrancárselos a Miguel, y hacerle entender a la maestra que compartir sus juguetes preferidos no es una opción. ¡Ah, si! , también tiene que crecer y aprender cosas de adultos; debe recordar que ya no usa pañales y necesita pedir permiso para ir al baño.
Desde esa edad en la que las personas todavía no tienen nada de que arrepentirse, guarda una relación muy especial con su amigo Chiquitín, quien aparece junto a él en la foto. Y es que los niños y los animales manejan un código secreto de comunicación, ajeno a muchos adultos. Sólo aquellos que aún no han perdido su alma de niños saben valorar el amor por los animales
Por Irene de Santos
Dedicado a Florángel Quintana

lunes, 26 de julio de 2010

Mi escena corregida. "El Secreto de sus Ojos"

Benjamín, Secretario del Juzgado Penal de Buenos Aires; hombre recto, compasivo y decidido a actuar sin rodeos en su vida laboral, entra despreocupado a la estación de tren. Compara la pantalla de los itinerarios con la hora de su reloj. Continúa caminando, mira a su derecha,  sigue; y de repente, se detiene. Ha percibido la presencia de alguien conocido. Es Morales, sentado en un banco tomando un café.

Benjamín se muestra sorprendido de encontrarse a Morales en la estación.  Se sienta junto a él. Morales, taciturno, le explica que viene todos los días a la estación con la esperanza de encontrar al asesino de su esposa. Hace ya un año del crimen. Benjamín está desconcertado, no se esperaba que Morales continuara en la búsqueda del asesino y comienza a sentirse incómodo. Se acomoda el cuello de la camisa.  

Morales, con la mirada perdida en el infinito, le habla de sus recuerdos, de ese amor arrancado de sus brazos. Benjamín, con el torso ligeramente girado hacia Morales lo observa. Su contacto visual es intermitente. Sin embargo, Benjamín puede ver lo que sus ojos gritan. El ruido de los trenes es ensordecedor, pero tampoco necesita de sus oídos para escuchar su mirada. Morales le habla buscando consuelo. Benjamín, siente que vive esa pasión, ese dolor, como si fueran suyos. Se queda absorto observándolo con los ojos entornados sintiendo que algo se ha movido dentro de sí mismo.

1430 caracteres con espacios.

A propósito de bichos

Dicen que los escritores no son más que sanguijuelas que chupan ideas de otros autores. Algunos de manera evidente copian estilos y temas, otros usan el camino de la imitación para encontrar el propio. Nunca antes esto había sido más necesario en mi caso. Me cayó la maldición maracucha, aquella de ‘ojalá te mudeís”; y llevo más de cuatro meses lidiando con albañiles, electricistas,  caleteros, choferes y el carpintero, que es la raza de oficiantes más peligrosa que existe. Esta lid diaria ha puesto mi escritura en stand-by, en una hibernación de verano con la que no contaba. Cuando logro sentarme frente al teclado, de inmediato estoy pensando en el carpintero que no ha terminado la cocina y ni hablar de la cama, del electricista que me tiene obligado a trabajar con una sola lámpara para todo el salón y espantado por mi falta de concentración termino leyendo a otros bloggeros. 
Como bicho escritor entonces, me copio: otra mirada de una misma historia (amor en el aire, tomada de la escena de Vida Gaviria y de Florángel Quintana), la misma escena pero con más miedo (ascensor, escena escogida por Maria C Longa del Secreto de sus ojos ) y este post pensado a la manera de Nunca es triste la verdad de Julieta Buitrago.
         Y a propósito de verdades, mi camino de escritor estará hecho de imitaciones. Aproximaciones que con el tiempo parecerán propias y serán la marca de la casa.

domingo, 25 de julio de 2010

El secreto de sus ojos..

Benjamin Espósito e Irene Menéndez Hastings entran en la estación de trenes de El Retiro. Van a paso rápido conversando acerca de la ida de él a Jujuy para huir de la mafia de los tribunales. Ella teme que lo maten como hicieron con su compañero. El protesta porque no quiere irse de Buenos Aires.

Se detienen en el andén. Se contemplan en silencio tratando de sellar la imagen del otro en su memoria. Parece que él la va a besar, pero no lo hace. Es como el encuentro entre enamorados que apenas rozan sus mejillas para no desencadenar la pasión de un amor aùn no declarado.

Benjamin se aleja. Ella hace un gesto afirmativo, alentándolo a partir. Él sube al vagón. El tren arranca. Irene corre para seguirlo. Se acerca a su ventana, apoya en ésta la palma de su mano, desde adentro él hace lo mismo. El vidrio parece un espejo que refleja el mismo sentimiento. Él corre al fondo del vagón y desde allí la mira. Ella sigue corriendo, pero ya le es imposible alcanzarlo.

sábado, 24 de julio de 2010

"El Secreto de sus Ojos" por Carolina Jaimes Branger

El secreto de sus ojos
Carolina Jaimes Branger

- Si le pego cuatro tiros lo que voy a hacerle es un favor.

Estas palabras del viudo de la víctima, expresadas veinticinco años atrás, se agolpaban en la mente de Benjamín, funcionario del juzgado penal, del que ahora se encontraba jubilado.

Mientras se alejaba de la propiedad, Benjamín rumiaba incrédulo la historia de que el viudo hubiera ultimado al asesino de su esposa… La imagen de la joven violada y salvajemente asesinada había sido recurrente todos esos años en el recuerdo de Benjamín.

De pronto, detuvo el carro al costado de la carretera. Comenzaba a caer la tarde. Salvando tres cercas, volvió a entrar, esta vez por la parte trasera, a la finca del viudo de la que había salido minutos antes.

Se acercó a la casa. En la penumbra logró distinguir al viudo entrando en un cuarto trasero con una bandeja donde llevaba un plato con cáscaras de mandarina y un vaso. Sigiloso, Benjamín también entró a la habitación. Se encontró con lo que esperaba ver: el cuarto había sido convertido en cárcel. Y detrás de unas rejas, el asesino, que acababa de recibir la bandeja de manos del viudo, como de costumbre, en acérrimo silencio.

Cuando el asesino vio a Benjamín, dejó caer la bandeja. Se acercó a él:

- Dígale que por lo menos me hable –le pidió.

Benjamín se le quedó mirando fijamente. Luego miró al viudo, quien permaneció en silencio. Lentamente, Benjamín se retiró de la casa, también en silencio.

El secreto de aquellos ojos era ahora un secreto compartido entre dos.

1479 caracteres

miércoles, 21 de julio de 2010

EL AGUILA RAPAZ. Por Eleonora Gabaldón


Teresa, con la niña en brazos se asoma al portón de la casa campesina y desde el corredor mira con fruición el prado soleado que se extiende hacia el frente: -Vamos niños que hace un buen tiempo para sacar de paseo a Rosarito- Cinco pilluelos se acercan atropelladamente al llamado de la madre que los invita a celebrar el fin de la “cuarentena”, el adiós a la cama y al sacrificio de la gallina diaria para el sancocho de la parturienta. Se aleja el grupo entre el follaje rematado por flores .silvestres, los niños se pierden entre la maleza tupida jugando al escondido, la madre escoge los claros buscando un poquito de sol para la recién nacida, y entretanto le entona un arroró
Han salvado definitivamente el terreno boscoso y ahora disfrutan de una verde llanura que los llama a descansar en ese tapiz verde de monte y grama.
El silencio se rompe y un enjambre de aves los cubre en raudo vuelo dispersándose para dejar paso a unas alas enormes que cubren dos garras prestas para atrapar el envoltorio que estrecha Teresa entre sus brazos. Un chillido triunfal surca el cielo mientras el secuestrador con su botín se pierde entre las nubes y los cerros más altos. Teresa enjuga su llanto enloquecido con la mantica rosada de Rosarito.

Autora: Eleonora Gabaldón
CCE: 1254

lunes, 19 de julio de 2010

Otro punto de vista…

Su negra y reluciente cabellera evidenciaba que acababa de salir de la peluquería. Llevaba un ajustado vestidito blanco, sandalias de tacón alto y lentes de sol. Caminaba calle abajo absorta en su monólogo interior.

“Ni de vaina me voy caminando hasta El Rosal con este calorón… no me va a durar el secado ni cinco minutos.”

Mentalmente hacía un recuento de lo que había gastado en el salón de belleza. Quería estar segura de que le alcanzaría el dinero para tomar un taxi.

Detestaba caminar. El ruido, el calor, la basura y los fétidos olores la atormentaban. Estaba a punto de correr para llegar rápido a la avenida y parar un taxi.

“Lo primero que voy a hacer es preguntarle al chofer si tiene aire acondicionado. Si no, no me monto”

De soslayo vio a los obreros sin camisa. Apretó su teléfono e hizo malabares para no perder el equilibrio y caer en la alcantarilla abierta. Miles de veces había sido víctima de sucias y ofensivas expresiones callejeras, y se preparaba una vez más para la arremetida. Sintió un soplo en su espalda pero no quiso voltear. Apresuró el paso y pensó:

“¡Qué raro que esos tipos no me dijeron nada!”

Amor en el aire (a propósito de las escenas de Vida y Florángel)
























Un calor como plaga caía en los carros, en la acera  y en los obreros de la alcaldía que en un acto de insolencia  rechazaban el uniforme. La instrucción vino de arriba, reparar el drenaje frente al banco. No importaba dónde, igual tocaba cargar, mover, destapar. La cuadrilla estaba incompleta y sólo había cuatro obreros. En una elección de palillos quedaron seleccionados los nuevos para hacer el destape. El jefe, que no participó en el sorteo, asignó a Jhonny a preparar la zona de trabajo y abrir la bocacalle. Jhonny, con brazos de pelotero, terminó el trabajo  con la piqueta en cinco minutos; y quedó sin más nada que hacer.
La vio como se acercaba hacia él desde el comienzo de la calle. Su andar de reina que sólo espera pleitesía. Jhonny nunca fue de verbo rápido, piensa en sus tetas, en su cabello en sus ojos que por un instante se fijan en él  para luego desaparecer. Jhonny respira profundo mientras ella pasa por  su frente. No hay piropo posible. Coge la piqueta en la que estaba apoyado, se cuadra como si esperara un lanzamiento y hace el swing. Batear las nalgas que lo acaban de ignorar. Justo antes de golpearlas se detiene y recoge el bate.  Su jefe no vio el strike y Jhonny sueña con las Grandes Ligas.

viernes, 16 de julio de 2010

Las desconocidas y Asha, Sakineh y Malalai: en su honor

 

Rojo Zambeze. Kalahari negro. Desde su sexo mana la sangre. Más allá, la selva ahoga los gritos de la infamia cometida por cromosoma Y. Ella no conocerá a Eros. No habrá camino que a él la conduzca. Solamente manda el homo-perverso-erectus y su instrumento de dolor. Sin sapiencia conocida, permanece la barbarie caminando erguida en el continente primigenio. La cuna de la estirpe brillante, hoy, apenas humana, no tiene voz, no tiene cuerpo propio. A ella le cerrarán las heridas de su ablación… ¿sanará acaso dentro: en su valía como generadora de vida, como sanadora de penas, como esfinge de dolores primarios? Seguramente no. Como tampoco crecerán las violetas de Persia. Ese que fue el punto de encuentro entre la cultura occidental, permanece enterrado bajo el polvoriento caminar de cebúes bípedos, con ese bulto secular de la canallada de creerse dioses. ¡Deben morir lapidadas: son unas adúlteras!, claman los machos cabríos. ¿Qué habría pensado Darío I? ¿Cómo lo versarían Rumi y los poetas sufis?
No más.
Por Florángel Quintana

lunes, 12 de julio de 2010

Mi escena de “La teta asustada”

Un paisaje asoleado, rocoso, un largo muro de ladrillos y un suelo como arena de desierto, enmarcan el cortejo de la boda, a la espera que Máxima suba el tinglado para llevarla a la ceremonia.

Marcos, el novio, aguarda en el peldaño más alto de una escalera rosada, adornada con ramos de flores amarillas. Presto, se peina y se acomoda el traje. Al pie están los pajes. Dos de ellos sostienen un anillo de plástico enorme mientras observan la escena.

Máxima, vestida de blanco, con su tocado, guantes largos, ramo de flores y una gran cola, dice con altanería, muy molesta y frustrada:

—¡Mamá, mi cola no vuela! ¡Te dije que volara, mamá!

Cuatro mujeres y cuatro niñas sacuden la cola, bordada con globos rosados. A pesar del esfuerzo de su mamá por complacerla y hacer todo lo posible para que la cola se eleve, Máxima no deja de reclamarle cómo se le ocurrió “meter” esos globos ahí. Se niega a caminar y a subir la improvisada escalera apoyada al tinglado. Marcos, amoroso, le insiste.

Rogándole a la Virgen de Fátima, su mamá sigue moviendo la cola y le dice:

—Hija, la cola sí vuela. ¡Tú sí que eres caprichosa! ¡Tranquilízate y camina de una vez, que Marcos y la gente te están esperando!

Marcos le ofrece la mano a su prometida; pero ella, obstinada, lo rechaza y grita:

Mamá, ¡no voy a subir hasta que no vuele!

Los invitados pasan alegres a su lado. No le queda más que resignarse, levantarse la falda y subir a regañadientes.



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Revisada por Jeanette y Florángel.

ESCENA FINAL: EL SECRETO DE SUS OJOS

Benjamín Espósito subió presuroso las escalinatas del Palacio de Tribunales de Buenos Aires. Atravesó el imponente atrio, con sus espectaculares pisos de mármol y altísimas columnas griegas y llegó al despacho de Irene Menéndez Hastings. Abrió la puerta sin tocar antes y se encontró cara a cara con ella. Lucía tan bella como cuando se despidieron hace veinticinco años en la Estación de Retiro. Al verlo, ella sonrió sorprendida y se limitó a decir:
-¿Seguís vivo?
A lo que él respondió:
-Si. Tengo que hablar con vos.
Se quedaron mirando el uno al otro como hipnotizados hasta que Mariano, el asistente, importunó preguntando si traía café. Irene le pidió que se retirara.
Volvieron a mirarse como queriendo decirse todo lo que no habían podido en tantos años hasta que ella interrumpió el silencio:
-Va a ser complicado.
–No me importa. Respondió Benjamín.
Sus caras eran la personificación de la felicidad. Ella, con una sonrisa entre tierna y pícara pero que lo decía todo, le ordenó:
-Cerrá la puerta.
FIN
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La estación

A través de los cristales del techo abovedado de la estación de trenes se empezaba a filtrar la luz de la mañana. A su antojo brillaba el mármol de pisos y paredes y el pulido bronce de los postes que sujetaban largas cintas forradas de terciopelo rojo, que guiaban a los pasajeros hacia la venta de boletos.
Detrás del mostrador, en lo alto de la pared, cuya descomunal altura la daba al recinto un aspecto solemne de catedral, una enorme cartelera informaba los itinerarios de los trenes, que llegaban y salían de la estación con rigurosa puntualidad.
El personal de la Agencia General Ferroviaria ya ocupaba sus puestos de trabajo, enfundado en su inconfundible traje azul marino. Diligentes, atendían al cada vez más creciente número de viajeros, que comenzaba a alinearse en ordenadas filas ante las taquillas.
Largas cadenas humanas desaparecían en el interior de los vagones, para emigrar desde los suburbios hacia sus empleos en la gran ciudad, en medio del silbido de las locomotoras, el traqueteo característico de los rieles y el resoplido de vapor de sus máquinas. Al final de la tarde, las puertas acristaladas liberaban masas ingentes de rostros cansados que retornaban a sus hogares.

Por Irene de Santos

domingo, 11 de julio de 2010

Estrella. Autora: Eleonora Gabaldón


Estrella está en su cuarto al regreso de un evento de Ballet, es la primera vez que ha presenciado su pasión en vivo porque videos, los tiene todos, ellos la han animado durante sus diez y ocho años a soñar con el protagonismo en ese arte. Pero Estrella padece de un mal incurable, una obesidad endocrina que ha provocado que desde niña, no sea admitida en ninguna de las escuelas donde pretendió ingresar, y por supuesto las burlas de todos aquellos que explotan para su placer, las desgracias ajenas.
Está tirada en la cama con desgano pero en su mente y en sus oídos bullen imágenes y melodías que la transportan al universo de sus sueños, y que la empujan a identificarse y a envidiar a las ligeras aves que esta noche han volado por el escenario.
Con gesto resuelto se levanta y se dirige al gabinete de sus tesoros, extrae a Margot Fonteyn emplumada muriendo con belleza y elegancia, como un cisne. Pero no, ha equivocado el CD porque en la cajuela han introducido la película equivocada y cuando toma asiento para disfrutarla, aparecen bochornosos los hipopótamos de Walt Disney (Fantasía) bailando La Danza de las Horas.
Estrella regresa a la cama en un mar de sollozos, el video equivocado le ha traído un mensaje, el error es una señal, nunca lucirá sino así, como los hipopótamos.
Autora: Eleonora Gabaldón
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miércoles, 7 de julio de 2010

Cacheteros



Estoy en una tienda de ropa interior. Una de esas nuevas franquicias que han llegado al país con sus gigantografías de Lolitas modernas y techno music en el surround. Las tres vendedoras, disimulan su tropicalidad uniformadas de negro con el pelo estirado en una cola de caballo. La verdad es que el negro le sienta bien a todo el mundo. Otro accesorio del uniforme es el Blackberry. Cada una forra su aparato del color de su chicle favorito. Se mueven por la tienda, acomodan los push ups y actualizan precios con una mano, porque en la otra está la extensión de sus cerebros: el Blackberry.

Dispuesta a pagar sin apuro, acomodo mi selección en el mostrador para asegurarme que he escogido bien. Suena el pitico de la puerta que anuncia visitas y entra un púber con uniforme colegial: pantalón azul marino y chemise celeste. Lo antecede una risita nerviosa y suelta la pregunta:
-Buenas, ¿aquí venden cacheteros?-
Vendedora: Sí.
Muchacho: ¡Ah! ¿Y cuánto cuestan?
Vendedora: Setenta y cinco.
Muchacho: Ah. ¿Y tendrán la talla de mi novia? Ella es como talla catorce.
Vendedora: Tenemos para todas las tallas en S, M o L.
Muchacho: Okey, gracias.

El estudiante sale con su risita, su acné y su meneíto nervioso. Las vendedoras se miran y otra vez el Blackberry aspira su atención. Ojalá en Twitter se topen con algo sobre deserción escolar o embarazo adolescente.

martes, 6 de julio de 2010

Escena de la película La teta asustada

Frente al mar

Desde la parte trasera de la camioneta de su tío, Fausta escudriña el horizonte de la hermosa costa peruana, buscando el lugar perfecto para dar sepultura al cuerpo de su madre. Ha decidido llevarla al mar, donde los muertos alivian sus cargas y lavan sus penas. Su familia la acompaña.
Al encontrar el sitio deseado, le pide a su tío que se detenga y baja. Emprende la marcha con paso firme, sobre las ondulantes dunas de arena, siempre cambiantes al capricho del viento. Lleva el cuerpo en hombros. Es un trayecto muy difícil; sus pasos dejan profundas huellas en la arena, sólo comparables a su determinación.
Llegan a la playa, donde la arena gris, casi blanca, contrasta con el azul intenso del cielo y el agua. No se ve un alma; están completamente solas ante la inmensidad del imponente paisaje, en íntima comunión con él.
La madre muerta yace sobre la arena, mientras la hija la invita a contemplar el mar. Con gran ternura le habla en quechua, la lengua sagrada de sus ancestros.


Por Irene de Santos

Perpetua (El secreto de sus ojos)

Abrí la vieja puerta de madera con mucho cuidado y me agaché para entrar, en la penumbra la angosta espalda de Morales se revelaba bajo una tenue luz, contaba con algunas canas y mucho menos de ese negro y grueso cabello que continuaba ciñendo artificialmente. Junto a él, una jaula de largos barrotes encerraba una mano que se apoyó en un marco para impulsar a un hombre enclenque, medio calvo, derrotado por el tiempo.

Despacio cruzó la jaula de un lado a otro para acercarse a Morales. Recogió una bandeja en el piso, se le cayó al descubrirme, su palidez reveló su sorpresa. Mientras me acercaba reconocí, entre arrugas y cabellos resecos que ocultaban sus orejas, los opacos ojos de Isidoro Gómez, el asesino de la esposa de Morales. Extendió su mano entre los barrotes intentando tocar mi rostro envejecido, me aparté.

- Por favor dígale que aunque sea me hable, me suplicó Gómez.

Desde el fondo, los negros ojos de Morales escapados de los lentes le asestaban una mirada de odio.

- Por favor, repitió Gómez. Caminó hacia el marco y desapareció.

Indolente la voz de Morales sentenció: - Usted dijo perpetua.

lunes, 5 de julio de 2010

Fina y Fausta de La Teta Asustada

Fausta y su tía se detienen frente a un portón y llaman, su tía le amina recordándole que Fina es muy buena. Por una pequeña ventanilla aparece el negro y redondo rostro de Fina, les saluda advirtiéndoles que hace tiempo les esperaba y que se les ha hecho tarde, en tono de reproche y abre el portón.
Fina expresa su sentir por la muerte de la madre de Fausta y le comenta que ella también se encuentra afligida y haciendo un gesto de olvido y le comunica a Fausta que la señora Aída, la patrona, ha dicho que no al adelanto de salario solicitado por Fausta. El Jardín es grande como largo el camino a la casa, Fina continúa hablando y Fausta le sigue unos cuantos pasos atrás manteniendo baja la mirada, a pesar de que fina le imparte instrucciones Fausta, ésta parece no escucharle.
Al llegar a la casa, Fina realiza minucioso examen físico en Fausta, orejas, cuello, manos, Fina advierte a Fausta quién permanece inmóvil y sin pronunciar palabra alguna, que su cuello está sudado y debe bañarse de inmediato, que la falta de higiene es un punto que debe cuidar con mucho celo ya que son el tipo de cosas, que desaniman a la señora Aída.
Ya en la habitación de Servicio, Fina le indica a Fausta que allí está su uniforme y artículos para su cuidado personal que le regala la patrona porque ella es muy buena, le recuerda que todos los días después del baño, debe dirigirse a la cocina y que allí espere a que la Señora Aída le llame de lo contrario debe permanecer siempre en su cocina.
Por Ovidio Dejesús E.

El secreto de sus ojos

El escritor inicia una novela

Rodeado por el silencio de la noche y envuelto en una luz tenue, un escritor comenzaba a escribir una novela. El papel en blanco desplegado frente a él, que pareciera retarlo a empezar, era el enemigo a vencer. Estaba armado con un cuaderno, una estilográfica y el recuerdo de un suceso violento, que le cambió la vida veinticinco años atrás.
Cuánto le costaba elegir el mejor camino para adentrarse en una historia de la que él formaba parte. Enfocaba el primer capítulo de la trama desde tres ángulos diferentes: la emotiva despedida de un hombre y una mujer en una estación de trenes; el último desayuno de una joven pareja y la violación de una mujer.
Con rabia desechaba una escena tras otra, arrugando el papel en el cual la había escrito y lanzándolo al cesto de la basura. Sin embargo, cuando interrumpe la narración del crimen, pliega la hoja con delicadeza, casi con ternura, como si al estrujarla cometiera una afrenta contra la memoria de la víctima.


Por Irene de Santos

domingo, 4 de julio de 2010

Tarea 5 de Julio El Secreto de sus ojos Loli Nardi

Por primera vez ella se atreve a emitir un “nosotros”, a enfrentarlo con una pregunta concreta mirándolo a los ojos.

Él la contempla, detalla su cara y luego los labios. Se acercan. Ella corresponde a su mirada con dulzura hasta que sus rostros se apoyan, descansan el uno en el otro y sus deseos se van juntos al infinito. Rozan sus mejillas, piel con piel. Sienten su cercania y su olor. Ella con la boca entreabierta y respiración profunda. Se miran de frente, de cerca, cada vez más próximos, anhelantes. Ella pronto cierra completamente los ojos. Los labios entornados buscan más que la cercanía de sus bocas y de su piel. Pero, una y otra vez, sólo sus rostros se acarician, sus labios se rozan apetentes. Ella abre los ojos por un momento, regresan a la realidad. El se distancia y baja la mirada. Regresa suavemente a ella, pero de un impulso se aleja de nuevo.

Ella, sin moverse, cierra los ojos con fuerza. Él, bajando la mirada, incapaz de más, se despide con un chau y un suspiro. Queda allí, estática, perpleja. Mira a los lados nerviosamente, sus cejas preguntan, su boca sigue deseando y su pecho palpita.

Antes de subir al tren él la mira por un instante y ella se compone ligeramente, asiente con expresión vacilante y estrecha firme los labios en una forzada sonrisa, alentándolo a partir. El tren comienza a moverse, su expresión se rigidiza. En cuestión de segundos corre hacia él, alcanza a llegar a la ventanilla y ambos unen sus palmas mirándose a los ojos, ella está llorando. El tren la deja atrás y ahora es él quien corre hasta el final del vagón y la mira por última vez. Pasarán 25 años hasta que vuelvan a encontrarse.

sábado, 3 de julio de 2010

Tarea 5/7 - El mejor secreto de "El Secreto de sus Ojos"

Una puerta cerrada significa confidencialidad e intimidad. Significa respeto de los de afuera para quien está adentro, completando quizás una tarea urgente o difícil. Hoy en este Juzgado, la puerta cerrada puede significar todas esas cosas.

Benjamín llegó a la puerta abierta del despacho de Irene. Parado en el umbral, de frente a ella pero de espaldas a la recepción, llena de secretarios y escribientes, anunció para que todos pudieran oírle, que venía a informarle algo muy importante. En los ojos, que sólo ella podía ver, Irene adivinó una necesidad de confesión. Benjamín, mirada fija y gento ansioso, parecía no tener las canas y arrugas que los años le han regalado. Ella, de cabello corto, pero con los mismos ojos inteligentes y labios rojísimos que Benjamín admiró desde el primer día, se puso de pie y le ordenó cerrar la puerta. Benjamín obedeció.

Después de veinticinco años, hay conversaciones y acciones, que no deben postergarse más. Y deben ocurrir a puerta cerrada.
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viernes, 2 de julio de 2010

Tarea para el 5 de julio. La tentación.


La patrona se había sentado al lado de Fausta de manera casual, mientras esperaba a que el silbato de la tetera anunciara el hervor del agua. Insistía en que cantara aquella melodía triste que fortuitamente le había oído afinar en días pasados.

Su avidez por nuevas composiciones traslucía en su mirada y en sus gestos. Simuladora, inquirió con voz suave: -“cántala otra vez”.

Molesta, al ver la indisposición y la mudez de la asustada muchacha, y que su táctica de persuasión había fallado, solicitó: - “Ayer te escuché, no te hagas”. Respiró profundamente para no perder la compostura y le ordenó que le llevase la infusión al cuarto.

Al llegar con la bandeja de té, Fausta escuchó correr el agua en el baño contiguo. Este sonido se fundió con un chaparrón de perlas que cayeron estrepitosas como una tormenta en mayo.

- Ayúdame a recoger. Se me ha roto el collar.- Dijo la Señora.

Frente a frente y a gachas, Fausta y su patrona recolectaban una a una las perlas del suelo y las depositaban en el plato de una pequeña romana. Determinada, añadió la señora:

- Si tú me cantas, yo te regalo una pepita – Dijo lanzando el seductor señuelo. – Si completas el collar… te lo regalo.
El pez había mordido.

http://www.youtube.com/watch?v=H3xJxv2xrag

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Julieta Buitrago.

Ascensor (escena el secreto de sus ojos)

Antes de entrar en el ascensor Benjamín pensaba en cómo Irene quedó atrapada en una reyerta que no era suya. Apretó el pulsador y las puertas cerraban, no tuvo tiempo de disfrutar el perfil de Irene que tanto le gustaba, porque una mano se interpuso violando toda intimidad y las puertas se abrieron de nuevo. El invasor no le era desconocido a la pareja. Benjamín sólo pudo ver el rostro de su obsesión multiplicado en los espejos que como paredes aumentaban el encierro. En un flash vio a la muchacha asesinada y pensó en Irene a su lado. La respiración de ella disimulaba menos que su cuerpo rígido. Un grito atrapado. El asesino, ahora libre sacó su arma. La justicia estaba de su lado. No hizo falta empuñarla, no hizo falta amenaza alguna. El mensaje había sido enviado.

Escena de El Secreto de Sus Ojos (Tarea 5 de Julio)

Benjamin entra a la estación de tren. Compara la pantalla de los itinerarios con la hora en su reloj, continua caminando, mira a su derecha,  y de repente, se detiene. Ha percibido la presencia de alguien conocido. Es Morales, sentado en un banco tomando un café. 

Se sienta junto a él. Morales, taciturno, le explica que viene todos los días a la estación con la esperanza de encontrar al asesino de su esposa. Le habla de sus recuerdos, de ese amor arrancado de sus brazos. Su contacto visual es intermitente. Sin embargo, Benjamin puede ver lo que sus ojos gritan. El ruido de los trenes es ensordecedor, pero tampoco necesita de sus oídos para escuchar su mirada. Permanece atento, desconcertado por la intensidad de los sentimientos que emana la presencia de Morales. Siente que vive esa pasión como si fuera suya.

El encuentro lo conmueve y sin dudarlo, se presenta en la oficina de Irene, su jefa,  a insistirle que reabra el caso. Al oírlo hablar, Irene se siente identificada con ese amor que él puede describir con profundidad, pero que es incapaz de sacar de adentro él mismo. Se siente irritada sin saber por qué, y se niega a reabrir el caso.