lunes, 31 de enero de 2011

Fiesta suspendida

Según sus palabras, a Patricia ya “no le interesaba el final de la película”. Su familia no iba a celebrar sus 15 años: su papá apostó el dinero y lo perdió. A su casa llegó la quiebra. ¡Qué cantidad de invitaciones se mandaron, qué locura! Quedarán para el recuerdo.

Se encerró en su cuarto. Puso un disco de su DJ preferido: 72 minutos de música que no se iba a acabar. De algo le iban a servir las pastillas de colores que le dio un amigo de su hermana y que guardaba para un momento cumbre. Para escapar sin problemas, a pesar las paredes. Para flotar, a pesar de lo cargado de la realidad. Cada color, un escalón. Cada sorbo, un tramo.

Patricia se dejó ir, y con ella flotó esa vergüenza familiar que le daba náuseas.


Ejercicio narrativo. 720 caracteres.

Ahora vivo

Y allí está de nuevo; sombra incesante, apegada al deseo de no ser. Se ha apoderado de mí estos últimos años. Quizás encontró en esta mente y cuerpo la estación perfecta.
Intento resistir para que esta fuerza colosal no se apodere de mi alma. Sombra que lucha con mis pensamientos día y noche. Mi resistencia no ha sido valiente como para detener sus intenciones. Al contrario, minuto a minuto sombra se engrandece y cobra vida cuando se enfrenta a mi deseo de eliminarla.
Pero hoy llegó la noche, me acompaña un riguroso cabernet sauvignon, sombra y yo conversamos. Confrontaba lo que por muchos años evadía, se sienta conmigo en la mesa y me susurra: -¡Duele!, y ese dolor hay que vivirlo-. Siento cada respiración en mí, me fundo en el tanino del vino tinto. Mientras tanto, mi angustia se suicida; no encuentra espacio ante la experiencia de vivir el dolor.

Alessandra Ramírez G.

domingo, 30 de enero de 2011

Obediencia

Amanda siempre ha sido una niña alegre y obediente. Pero la muerte de su madre, ocurrida hace apenas un mes, la ha hecho cambiar.

Es el sujeto perfecto. Estoy segura que su tristeza ayudará a mi propósito. Le susurro al oído. Creo que la convenzo de poner fin a su tristeza y soledad.

Amanda entra a la habitación de su madre y cierra la puerta. Camina hacia la mesa de noche. Ve el frasco de pastillas que su mamá solía usar para dormir. Se sirve un vaso de agu y entre sorbo y sorbo, ingiere las pastillas. Una, dos. Veinte, veinticinco.

La llamo. Y obediente, la niña se recuesta en la cama de su madre. He cumplido con mi tarea. Me llevo otra alma. Esta vez por voluntad propia.

690 caracteres, incluyendo espacios.
Autora: Jeanette Salvatierra

miércoles, 26 de enero de 2011

Suicidio - Relato

Las olas se estrellaban con fuerza contra el malecón, levantando montañas de espuma. Su ronco rugido terminaba en un silbido apenas audible, mientras el mar se retiraba de nuevo a sus dominios lamiendo la arena.

Aquella mañana, lamía algo más: un vestido rojo, unos pies pequeños, una melena negra.

A Sandra la encontró un deportista, quien dio aviso a las autoridades. El forense encontró en su mano una nota, en la que aún se podía leer: “No puedo más”.

Su esposo acudió a la morgue a reconocer el cadáver. Estaba desolado. No sospechó que su depresión la llevaría a quitarse la vida.

Irene de Santos

Susana

A las cinco de la madrugada los despertó un golpe proveniente del estacionamiento, un grito destemplado y una voz que destilaba pánico.
Se asomaron a la ventana y vieron el frágil cuerpo de Susana boca abajo sobre el techo de la camioneta, y a la conserje con los brazos extendidos queriendo alcanzarla.
Susanita hacía un mes estrenaba colegio con la inseguridad y la timidez que la aquejaban. Este viernes había recibido su boleta con bajas calificaciones y sola, sin amigas para compartir su pena, la escondió en su morral.

En el velorio, el psiquiatra le comentó a su esposa:
- La gente no comprende la vulnerabilidad del adolescente, ahí están las cifras de suicidio, hablan por sí mismas.

Ciudadano de 81 años se quita la vida de un disparo en la cabeza

Valencia.- De un disparo en la cabeza el ciudadano Juan José Fernández, de 81 años de edad, se quitó la vida la mañana de este miércoles. El hecho se produjo en la residencia de la víctima, ubicada en la urbanización El Parral. Fernández se encontraba en compañía de su esposa, quién presuntamente sufre de Alzheimer.
El arma involucrada fue identificada como un revólver calibre 38 por los funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas. También se conoció que el fallecido pasaba por un difícil problema de salud y no se presentaron otros familiares al lugar.

Suicidio

La necrosis avanzaba en su pezón. Sollozaba presa del pánico. Metástasis invadían su cuerpo rápidamente y a pesar de las fuertes drogas, el dolor era aplastante. Tomó su fotografía de la mesita y observó a la hermosa Mariana Lara que había sido alguna vez. Lágrimas brotaban.

No quedaba un solo vestigio de la despampanante treintañera que hace escasos seis meses robaba todas las miradas al caminar por su cuadra en el este de Caracas. La mujer que reflejaba el espejo era una llaga putrefacta, sin busto, sin cabello y sin color.

La brisa soplaba fuerte en el piso 12 y levantaba las cortinas de gasa blanca de su balcón dejando al descubierto un rojo atardecer.

Subió a la baranda, cerró los ojos y saltó al vacío.


Caracteres con espacios 714

Autora: Julieta Buitrago












Suicidio - Noticia

Caracas.- Esta mañana fue encontrado el cuerpo sin vida de la joven de 18 años, Andriana Díaz, en una humilde vivienda del barrio San Blas de Petare.

Según las autoridades, la víctima presentaba cortes profundos en ambas muñecas, lo que indica que podría tratarse de un caso de suicidio. Sin embargo, no descartan otras hipótesis e iniciaran la investigación respectiva.

Una vecina comentó que la noche anterior escuchó una fuerte discusión entre Adriana y su novio, quien, poco después, abandonó la casa con una maleta. El cadáver fue trasladado a la Morgue de Bello Monte, a fin de practicarle la autopsia.

Irene de Santos

Ejercicio narrativo

Estudiante de Psicología secuestrada, sin vida y entre escombros.

Caracas.- En el Barrio El Campito de Petare y entre los escombros de un basurero, se encontró la madrugada de este martes el cuerpo sin vida de María Gómez. La victima de 17 años, estudiante de Psicología, fue secuestrada el pasado 9 de Enero cuando salía de un local nocturno.

Funcionarios del CICPC de la División Contra Extorsión y Secuestro reúnen las pistas para esclarecer el caso. Se presume que la joven conocía a sus raptores.

Familiares de la occisa piden celeridad en las investigaciones. Fueron 16 días de negociaciones que terminaron en esperanzas truncadas. Ella pasa a formar parte de la fructífera data que a diario suma muertes violentas en Venezuela.

viernes, 14 de enero de 2011

Las cartas de mi abuela

Mi abuela es la mejor escritora que he conocido, cosa bastante sorprendente para alguien que no sabía escribir con propiedad. De alguna manera, logró completar tres o cuatro grados de primaria, los cuales no fueron suficientes para permitirle dominar las normas básicas de ortografía, gramática y sintaxis que rigen nuestro idioma.
Sin embargo, no le hacían falta. Ella lograba comunicar sus ideas, experiencias y anécdotas con la ayuda de un bolígrafo de tinta azul, que en ocasiones dejaba charquitos de tinta al final de las palabras, y hojas blancas sobre las cuales trazaba líneas claritas a lápiz, que borraba al terminar la carta. La invención del papel rayado le ahorró mucho trabajo.
Jamás entendió la necesidad de tener dos íes, la griega y la latina, porque ambas sonaban igual. Entonces, ¿para qué complicarse la vida con dos letras que hacían lo mismo? Utilizaba indistintamente la vocal o la conjunción, siguiendo la inspiración del momento. Tampoco imaginaba la utilidad de la hache, la letra muda, la de las “almoadas”, las “alajas” y la flor de “azar”, pero que jamás omitió al referirse a la Alhambra. Quizás sea porque esta última quedaba muy cerca del pueblo donde nació.
Pasé poco tiempo con ella, vivíamos muy lejos, pero su pasión por las letras lograba franquear la distancia que nos separaba y, por curioso que parezca, en ocasiones estábamos más al corriente de su vida que de la de otros parientes que vivían a minutos de mi casa. Tampoco le gustaba hablar por teléfono: lo suyo era escribir. Todos los meses recibíamos una de sus cartas.
Recuerdo con especial cariño las que me enviaba por mi cumpleaños. Cada veintidós de noviembre esperaba con ansias al cartero. En ocasiones llegaban antes, pero nunca después; se aseguraba de que fueran entregadas a tiempo marcándolas como “certificada” y “urgente” y colocándoles el doble de las estampillas requeridas. Además, empezaba a escribirlas el primero de octubre: el servicio postal necesitaba quince días para entregarlas; ella poco más de un mes para redactarlas.
Su caligrafía, de caracteres grandes y generosos, era de trazos irregulares, problema este que se agravó cuando la artritis le deformó las manos. Mi mamá me leyó las primeras cartas, porque, por más que me empeñaba, no lograba entenderlas. Escucharlas era un placer.
Con el tiempo, aprendí a leerlas por mí misma. Esas crónicas deliciosas me llevaron de su mano por La Gran Vía, me aliviaron el calor del verano en La Cibeles, me hicieron cruzar las puertas de Alcalá y contemplar las maravillas del Parque del Retiro.
Gracias a su prosa sencilla, supe que en ese lugar no se pueden cortar las flores: en 1.930, ella paseaba con mi abuelo y vio una rosa espectacular. Cuando pensaron que nadie los veía, él la cortó y se la dio. Inmediatamente apareció un policía que le impuso una multa de ciento cincuenta pesetas. Quizás hoy en día esa suma parezca ridícula, ni siquiera la moneda existe, pero en aquella época era una cifra exorbitante. Y lo peor fue que no le permitieron conservarla. Después de pagar la multa, le pidió al policía que se la devolviera, pero el funcionario se limitó a responderle: –aquí no se venden flores.
Fue una escritora muy dedicada. Le tomaba treinta días escribir las cuatro páginas que nos enviaba sin falta cada mes. En muchas de ellas empezaba diciendo: "Acabo de echar la carta en el correo..." Siempre estaba escribiendo.Las cataratas interrumpieron su trabajo a la edad de ochenta y dos años. No encontró a nadie a quien dictárselas.






Irene de Santos