domingo, 20 de junio de 2010

MILAGRO DEL DOMINGO DE PASCUA

Es la mañana del domingo de Pascua de 2001. Me dirijo con mis cuatro hijos al área de terapia intensiva para pacientes con traumatismos cerebrales del Jackson Memorial Hospital en Miami. La incertidumbre es grande. Han transcurrido nueve interminables días desde el accidente jugando polo en Wellington. Desde el Viernes de Concilio mi esposo ha estado en coma inducido y conectado a un respirador. Los médicos del hospital de Delray no habían sido nada optimistas. Temían que además de la hemorragia superficial en el lóbulo frontal hubiera daño en la base del cerebro con consecuencias irreversibles. En vista de que pasaban los días sin ver mejoría y que el riesgo de complicaciones iba en aumento habíamos logrado trasladarlo a Miami el día antes. Esa mañana, cuando llegamos a terapia intensiva y nos informaron que se encontraba en el área de hospitalización la sensación para nosotros fue más o menos la que deben haber sentido María y María Magdalena cuando llegaron al Santo Sepulcro el Domingo de Pascua. De hecho, el día anterior parecía un crucificado en plena agonía pues lo tenían amarrado y le habían disminuido los sedantes de manera que estuviera en condiciones de respirar por sí mismo cuando lo desconectaran del respirador. Era terrible ver como se estremecía y como le rodaban las gotas de sudor por las sienes. Entrar en la habitación 304 ha sido el momento más emotivo de nuestras vidas. No estábamos muy seguros acerca de lo que íbamos a encontrar pero al menos sabíamos que iba a vivir. Estaba recién bañado y un enfermero lo estaba afeitando. De inmediato nos reconoció y saludo. Todos lloramos de alegría. Hablaba en susurros y como si estuviera borracho pero eso era lo de menos. Supe en ese momento que todos nuestros rezos habían sido escuchados. Empezamos a llamar a toda la familia para darles la buena nueva. Cuando llamamos a mi hermano Fran le dijo: “Hola Mitterrand”. No me quedaron dudas de que iba a recuperarse. Así era como él lo llamaba cuando éramos novios allá por los años 70. La sorpresa mayor fue cuando llamamos a los colombianos que trabajaban en nuestra casa en Caracas, Lelys y Alver. El me anunció que nuestro adorado perro rodesiano, Barkley, acababa de morir misteriosamente. Entre otras cosas había dejado de comer unos días antes y la veterinaria, y de paso amiga de confianza de la familia, sospechando que podía haberse envenenado se lo había llevado a su clínica. Le hicieron cantidad de exámenes pero nunca obtuvieron un diagnostico. El perro se fue consumiendo hasta que murió esa misma mañana. Las palabras de Alver me dejaron helada: “Señora, dele gracias a Dios que el perro se llevo a la muerte que seguramente era para su marido”. Impresionada le conteste: “Alver cómo es posible que usted diga eso!”. El insistió: “Bueno en mi tierra estamos seguros que es así. Como explica usted que un perro sano y joven se enferme junto con su amo y muera justo cuando el se recupera? Por eso es que en mi tierra todos tenemos mascotas, no hay casa donde no la haya, hasta el mas pelao tiene al menos un pajarito!”

3 comentarios:

  1. Hola Dalia. Sí había escuchado esa superstición. Dicen que la mascota absorbe lo malo y por amor a su dueño se sacrifica por él. De todas formas no importa si es cuento, la alegría de ver a tu esposo bien después de ese susto es ya de por sí un milagro.
    Me gustó la anécdota y cómo está escrita. Mantiene el interés.
    NS

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  2. Gracias amigas! La historia es totalmente verìdica.No soy nada supersticiosa y más creo que el milagro lo hicieron las cadenas de oración pero como dice el dicho: -De que vuelan,vuelan.

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