martes, 28 de septiembre de 2010

Personaje 6: Oliver Chappel


Se acerca a cumplir los ochenta años pero eso no lo amilana, a pesar de que el estado lo ha pensionado desde la edad reglamentaria no por eso ha bajado el ritmo de su actividad. Empleado en una biblioteca pública durante toda su vida laboral, no hay quien lo iguale en el conocimiento acerca de los ejemplares en existencia, aquellos encargados y sobre el destino de los que han salido de circulación, allí ha transcurrido su vida y hoy, ¿quién lo reprocharía al verlo llegar puntualmente, desembarazándose de su abrigo raido y colocando la ahuecada gorra de gamuza en el colgador del pasillo? Al contrario, se le aprecia porque nadie como él para sacarlos de un apuro a la hora de la llegada de un investigador acucioso que aspire más que una ficha de archivo, o una orientación en la computadora para la búsqueda de un ejemplar raro.

No obstante para el recién nombrado director, bibliotecónomo de escuela, y con la aspiración de innovar dentro de la antigua library, este espécimen de pelo largo, gris y grasiento hasta los hombros, carente de la aplicación de un shampoo, vistiendo ropa anticuada y andrajosa, botines maltratados donde sus pulgares inferiores rompen las puntas de los viejos zapatos y portando un bulto maltrecho, resulta simplemente insoportable. Desde que llegó a su nuevo cargo ha tratado persistentemente de salir de este fantasma del submundo que incomoda su concepción moderna del trabajo con el cual ha de toparse a diario y que para colmo, juega un papel protagónico dentro del entorno. Porque sí, Oliver no tiene empacho en ace

rcarse a los lectores para preguntarles por sus necesidades, para ofrecer su ayuda mientras posa en sus mesas sus uñas mugrientas producto de unas excavaciones que ha emprendido como estudio y como hobby.

Robert Maylor no agunta más y un día lo llama a su oficina para leerle la nueva cartilla donde se restringe la relación del lector con el personal, porque dado que estamos en la era de la cibernética no hay necesidad, la gente se defiende con la computadora, aparato que por cierto Oliver ha menospreciado, confiado en su memoria y en los viejos archivos que amontonan papel inservible ya que todo ha sido trasladado al banco de datos, y ofensivamente le dice:

-Oliver, convénzase, usted es un antigualla inservible.

Oliver no responde nada pero la noche de ese día va al lugar donde suele reunirse con sus amigos, el Pub del Castillo de Robin Hood, y casualmente coincide con Maylor. Es una acogedora cueva que rememora las aventuras medievales, y donde, además de beber, se juega a ensartar un aro en un cuerno clavado en la pared. Entonces Oliver, campeón en esta lidia, reta en tono obligante a Maylor a competir. El director es un londinense que por primera vez pisa estos terrenos desconocidos, tímido ante la invitación se ve obligado a participar frente a un público de alegres bebedores que muy pronto descalificarán su torpeza con burlas y pitas. Entonces Oliver se incorpora al juego para repetir aciertos incansablemente, hasta que abrumado por los aplausos, toma distancia y en voz sonora y con claras palabras hace la presentación de Maylor:

-He aquí señores, el testimonio de lo qué es un hombre moderno quien ha venido a Nottingham a traernos la luz y la verdad.

Las pitas avergüenzan a Maylor que se escabulle cabizbajo.

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