jueves, 9 de septiembre de 2010

Ganarle a las despedidas

Ambas escribíamos y coincidimos en el curso “Imaginación y Géneros Literarios” con Milagros Socorro.


En clase hablaba poco, siempre respetuosa, profunda y llena de dulzura. Un par de veces tuvo que retirarse antes por el malestar. La profesora, inmensa, emotiva, la abrazaba permanentemente con su energía, ánimo incansable y palabras de aliento. Pero no había manera de disimular su desasosiego al verla partir. Por segundos parecía que se echaría a llorar, o que la seguiría corriendo para un abrazo largo que dejara fluir ese miedo compartido, esa tristeza ante lo que no se puede creer. Pero la clase debía continuar. Un suspiro, o más bien un respiro para tomar fuerzas y todos seguíamos adelante.

Nelliana Viloria no pasaba los 30 años por mucho, comenzaba a gozar el fruto de una vida interesante. Estudios, amores, retos y más importante que ninguna otra cosa, una vida de familia, era esposa y era mamá. Probablemente también hija, hermana y seguramente amiga de muchos, conocida de más y querida por todos.

Otra compañera del curso, Carolina Jaimes Branger, escribió un hermoso artículo en el Universal el 2 de agosto, a propósito de un rato compartido con ella: “Amiga, valiente amiga”, http://eldomodelaoca.blogspot.com//@cjaimesb.

De él, recuerdo con particular intensidad la referencia a su hija:

“Tengo en mi corazón tu imagen con tu hijita sentada en tus piernas. Guarda este artículo para que se lo enseñes cuando sea ella quien te siente en sus piernas. La vas a ver crecer y sentarás en tus piernas a sus hijos. Nelliana, mi amiga, mi valiente amiga... gracias por tu valor, por tu entereza. Gracias por ser mi amiga.”

El día que Nelliana fue a clases con su hija, fue el único que falté en todo el semestre. Desde que escuché que habían compartido ese día allá, mi imagen de Nelliana, dulce ya, incorporó a su niñita en las piernas. Sin haberla visto, esa estampa me ha acompañado desde entonces con la fuerza que solo puede producir la identificación.

El triunfo del ser humano ante la adversidad, al que invita Carolina a Nelliana en su artículo, es uno de los pensamientos más positivos y poderosos con los que podemos enfrentar el inevitable sufrimiento ante la enfermedad.

Desafortunadamente, a veces no alcanzamos ese triunfo. A veces, nuestros seres queridos no alcanzan ese triunfo. Es entonces cuando necesitamos aliviar nuestra respuesta ante el dolor. Los pensamientos y emociones negativas, la impotencia, la rabia, el pecado y el castigo, no son los mejores compañeros.

A propósito de lo anterior quiero compartir dos pensamientos:

1. “God exists. Rechazo todo lo que tenga mensajes de culpa, pecado y castigo.” Es lo que escribe Nelliana en su perfil del Facebook como “Creencias Religiosas”.



2. “Es mucho lo que podemos hacer para influenciar nuestra experiencia del sufrimiento. La vejez, la enfermedad y el sufrimiento son inevitables. Pero, haciendo hincapié en la sabiduría y la compasión, al encontrarnos con el sufrimiento de otros seres sensibles una y otra vez, tendremos la capacidad de reconocerlo, de responder a él y de sentir una profunda compasión, en lugar de indiferencia o impotencia.” Dalai Lama

La enfermedad y el sufrimiento de Nelliana, me producen sentimientos tan dolorosos, recrudecidos ante su juventud y la imagen de ella con su hija en las piernas, que quisiera no pensar, no sentir, salir corriendo.

Quisiera no estar reflexionando sobre eso hoy, a un año de la muerte de mi mamá. Mi ser más querido también perdió esa batalla. Hoy me siento Nelliana, su esposo, su hija, mi mamá, mi papá, mis hermanas y yo misma. Me siento todos los que ya han sufrido un dolor tan profundo como es la pérdida del ser más querido. Me siento madre que deja a sus seres queridos.

La muerte es algo tan sublime como el nacimiento. Una despedida está entre los rituales que más nos conmueven. Quisiera saber más sobre la forma en que lo enfrentan otras culturas. Quisiera contarlo entre los más hermosos. ¿Por qué no?

De niña nunca me llevaban a los funerales, ni me hablaban de la muerte a mí alrededor. En mi familia se evitaban las despedidas de todo tipo. Aún recuerdo cuando tuve que sacrificar a mi mascota más querida, mi gato Cariaco. Había intentado y gastado lo impensable ya, no había otra salida. Me debatía entre dar la orden por teléfono y no volver al veterinario jamás, o presenciar el final, que de solo pensarlo me volteaba el estómago. La opinión generalizada, llamada telefónica. Una vecina muy querida, pasada de los 90 años de vida hacía rato y en un estado de actividad y lucidez propio si acaso de los 50, me dijo:

-“A quienes amamos, más cuando son nuestra responsabilidad, hay que acompañarlos en las buenas y en las malas. Estar allí, a su lado, hasta el final. ¿Cómo dejarlo sin una digna despedida?”

Lo hice, simplemente lo acurruqué en mis brazos y esperé. Fue tan digno y tan fluido como cualquier otro rato compartido en casa. Lloré sin miedo y sin vergüenza ante los presentes. Nunca me sentí mejor. Fue intenso, emotivo, pero simple, posible. Me sentí satisfecha conmigo misma. Le había cumplido hasta el final.

Cada quien sabe cuándo le toca despedir a sus seres queridos. Todo dependerá del grado de apego, confianza y responsabilidad que la vida y la experiencia nos haya concedido en su vida. Yo solo puedo apegarme a lo que dice el Dalai Lama, tengamos la capacidad de reconocer el sufrimiento, la fortaleza de enfrentarlo y perdamos el miedo a sentir. Aliviemos el sentimiento con entereza y pensamientos positivos, aún ante la despedida.

Sobre la adversidad no siempre se triunfa, pero sobre la despedida sí. Le ganamos a las despedidas cuando además de dolor y lágrimas, las llenamos de valentía y de amor. Ofrezcamos de allí en adelante, cuando estemos listos para ello y poquito a poco, pequeños tributos a quién se fue.

Yo recuerdo a mi mamá en cada mamá del mundo, en cada playa que visito, en cada beso que le doy a mis hijas y en los que ellas me devuelven. La recuerdo en mis malcriadeces y en aciertos, que reconozco aprendidos. La siento en gestos heredados y costumbres compartidas. La llevo dentro de mí y aunque duele la despedida, sé que está conmigo.

Nelliana está en cada niña, en cada mamá, en cada esposo que vea, por un tiempo con gran tristeza, pero pronto estará en escritos maravillosos, en un amanecer, en una amiga valiente, en nuestras clases y nuestros blogs, estará con nosotros.

Blue, Ruleta y Mingo esperan, merodean, extrañan. Rubén no hace chistes, no sonríe. La pequeña, ni siquiera sé su nombre, recordará siempre sus bailes de flamenco con mamá. La despedida es durísima, el dolor invade todo al principio, pero tarde o temprano se recuerda el amor y la alegría sobre la ausencia. Todo lo que Nelliana compartió en su vida con quienes la conocieron y quisieron, le ganará a la despedida. La rebosará con pequeños y grandes tributos que cada quien ofrecerá consciente o inconscientemente a su memoria. Pasito a pasito, tendrá que rendirse, porque entre quienes se amaron no existe la despedida y siento mucho tener que ser tan cursi.

Ayer, justo cuando ella moría, un par de compañeras y yo preguntábamos en la oficina de post grado cómo hacer para inscribirla en el segundo semestre. Ya no hace falta. Mi tributo es que la llevo conmigo.



Loli Nardi

4 comentarios:

  1. Me enseñas muchas cosas siempre Lolita...

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  2. Profundo, hermoso, conmovedor, cierto, quienes más la conocieron nos enriquecen ahora con testimonios de lo que vivieron a su lado, gracias por ello y por permitirnos conocer esas experiencias que nos ayudan a tener a Nelliana siempre presente.
    Eleoonora Gabaldón.

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  3. Carolina Jaimes Branger10 de septiembre de 2010, 21:40

    Loli, ¡qué lindo!
    Desde el fondo de mi corazón, gracias

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