miércoles, 23 de febrero de 2011

Cristal

Era una talla Marquís, 18 kilates, engastada en oro amarillo. Lo había recibido el día de su compromiso. Su primer diamante, su primer amor. Lo colocaba en su anular como un rito cada vez. Recordaba esa tarde frente al espejo del tocador, mirándose mientras se llevaba la mano a la boca: rosa roja y luz brillante. Ella, una esfinge adiamantada, no podía ser más feliz. Él era el príncipe que la había salvado de 20 años de penitencia. Ahora, “señora de”, fragante y con cutis cuidado, se había vestido para la ocasión. Su aniversario lo iba a compartir con sus mejores amigos: Pablo Villalta-Pulido, el socio de su marido y su mujer Matilde. La cena estaba pautada en La Castañuela, ese restaurante del este de la ciudad que había financiado Ernesto alguna vez. Pero en ese instante todo se le había nublado. ¿Cómo podía perder su joya preciada? Sabía que estaba algo más delgada, pero era absurdo que ya no estuviera en su mano. Todo era un desastre.
Ernesto hablaba con el maître, Pablo exhortaba a los mesoneros a buscar afanosamente; Matilde consolaba a Clementina que, como semejando su celebración, parecía un Cristal a punto de romperse. De pronto, un hombre se acerca a la mesa, la consternación de todos los involucrados pareció suspenderse como en una película de Hitchcock. El sujeto abre su mano derecha y resplandece el diamante de Clementina. Sorpresa, llanto, mil emociones en una. El hombre explica que estaba bajo una mesa. Todos sienten una brisa soplando alrededor. “Por acciones como estas, el mundo todavía sigue teniendo fe”, fueron las palabras que expresó Ernesto. Abrazó a su mujer todavía visiblemente afectada. Agradecidos volvieron a sus puestos. Ordenó al capitán llevar una botella de vino a la mesa del buen samaritano y giró instrucciones para el pago de esa cuenta. La calma reinó de nuevo. Solamente el corazón de Clementina no paraba de estar fuera de ritmo, intentando descubrir cómo había pasado aquello. Volteó y con una tímida sonrisa, observó a las tres personas que acompañaban al ángel del diamante. Una bella mujer de largo cabello negro, un hombre con ojos risueños; otro, rubio, de facciones de Europa del norte y él, el tímido salvador de la noche, con una sonrisa espléndida encontrándose con la mirada de Clementina. ¿Era posible tanta bendición a su alrededor? ¿Le había dado las gracias? ¿Sería un hombre caritativo de verdad? Todas estas preguntas baladíes, la verdad, poco importaban. Ella no tenía dudas sobre la buena estrella que siempre le había acompañado. Esa ocasión habría de dejar una huella. Para esa fecha especial, para ese día en los trabajadores del restaurante, para ese hombre misterioso y noble que tendría algo qué contar en el futuro.

2 comentarios: