El secretario Espósito entra a la habitación donde se ha perpetrado un asesinato. Descubre en el suelo el cuerpo desnudo y macerado a golpes de una mujer joven. La brutalidad de la escena lo impacta. Hay signos de violencia por doquier: sábanas ensangrentadas, objetos rotos, desorden. Las evidencias de este acto despiadado impresionan al funcionario hasta dejarlo sin habla.
Ya no escucha las palabras de los policías presentes. Recorre el cuarto con la mirada y ve las fotografías de una mujer bella, joven y feliz; en ellas reconoce a la víctima.
Vuelve a mirar el cadáver, al que, en ese momento, una mano enfundada en un frío guante plástico, le cierra los ojos. Ve como cubren el cuerpo con una manta y regresa a la realidad. Ya no intenta dejar la causa, la hace suya.
Irene de Santos
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