Mi abuela Emilia ha sido la mujer más cercana a mi vida desde que tengo uso de razón. Llegó de España casada por poderes con mi abuelo Eduardo en la época del régimen Franquista. Siempre extrañó su tierra y a su familia. Contaba historias de su vida en España una y otra vez. Sin embargo, los años que llevaba fuera superaban hacia rato los que vivio allá.
Mi mundo resplandecía al verla cruzar la puerta. Saludaba a todos con alegría y hacía su ronda de cantares todas las tardes. Tenia montones de canciones pegajosas que la acompañaban siempre. Mi abuela era una explosión de sentimientos,
lo que no la hacía reír, la hacía llorar.
Los años pasaron y atrás quedaron las visitas diarias a mi casa, los cuentos, las risas, las canciones y los fines de semana en su apartamento. Vivo fuera del país y la visito solamente un par de veces al año. La última vez la vi poco, pero un par de horas con ella fueron suficientes para transportarme a ese mundo de mi niñez, cálido, seguro y alegre.
Cuando me encontraba fuera, nos llamábamos con frecuencia. Por unos cuantos meses todo parecía estar bien. Nos contábamos cosas de la rutina, nos reíamos y de vez en cuando hasta llorábamos un poco. Pero de pronto, comencé a notar cambios. Cada vez me llamaba menos. Conversábamos vagamente y la sentía desmotivada y ausente.
− ¡Lelita, hola! Días sin hablarnos, ¿te olvidaste de mí?
− Ay mi niña. Sabes que eso es imposible. Mucho quiero a todos mis nietos, pero tú sabes que eres algo especial para mi corazón y te adoro.
− Cuéntame, ¿Cómo va todo? ¿Qué has hecho? ¿Has ido a casa de mi mamá? ¿Y mi abuelo?
− Pues todo igual. Como voy a estar. No he salido para nada, no me provoca. Me siento cansada, aburrida, sin ganas de nada.
− ¿Estarás enferma Lela, gripe o algo? ¿Y mi abuelo qué dice?
− Qué caso me va hacer si se la pasa viendo su fútbol, beisbol y cualquier deporte que encuentre. De tu madre no sé nada tampoco hace días. Ella no visita, eso lo sabes. En fin, adiós mi niña.
Y antes que pudiera siquiera despedirme o protestar, me había colgado el teléfono. No me lo podía creer. Así ocurrió con frecuencia en las llamadas que siguieron. Lloraba por cualquier cosa y me colgaba sin más antes de siquiera lograr hilar una conversación. Ya ni siquiera me saludaba con el acento andaluz y el “mí niña” que durante toda mi vida precedió cualquier frase que me dirigiera. Un simple hola sin fuerzas se me enterraba en el alma. Ella estaba cada vez más desganada, yo diría que hasta peleona, irritable y yo, acongojada, perpleja.
Al poco tiempo recurrí a mi mamá, sin éxito. Me dijo que eran cosas de ella, que últimamente le había dado por llamar la atención, que lloraba por todo y que la última era que no salía de su casa.
− Es el colmo, tiene a mi papá de esclavo. ¡Hasta el mercado le tiene que hacer!
Le insistí, le dije que estaba preocupadísima, que tenía que ser una depresión severa o una enfermedad que la estaba haciendo sufrir y no quería decir nada para no preocuparnos.
− Tienes que llevarla ya al médico mamá. ¡Tú no le prestas atención a mi abuela y un día de estos se nos muere y tú ni te enteras!
− Te lo he dicho siempre. Tu abuela con ese cuento de que este año es su última navidad, nos va a enterrar a todos. Ya lo verás. ¡Tú y tu abuela, qué fastidio! ¿Por qué no te ocupas tú, ya que tanto se quieren?
Decidí recurrir a mi papá. El la quería como a una mamá y era mucho más objetivo y seguramente resolvería.
− Papi, por favor. Tú sabes cuánto quiero a mi Lela. Estoy tan lejos y no puedo hacer nada. ¡Ni siquiera verla directamente para saber mejor qué puede estar pasando! Tengo un mal presentimiento. La Lela está muy deprimida. Es algo grave papi, por favor habla con mi abuelo. ¡Llévenla al médico pronto, te lo ruego!
Pero no pudo hacer nada. Tanto mi abuelo como mi abuela se negaban a recibir ayuda de nadie. No quisieron siquiera aceptar que mi mamá mandara a la muchacha de servicio a ayudarlos. Y asi, entre una alerta y otra, con mucho descuido y distracciones de parte de todos, el tiempo se nos fue pasando. Y entonces, ya no sólo fueron ligerezas del olvido.
Loli, el relato es muy claro, bien narrado. Me gustaron los diálogos
ResponderEliminar...traigo
ResponderEliminarsangre
de
la
tarde
herida
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazón
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...
desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ
COMPARTIENDO ILUSION
LOLI
CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesía...
AFECTUOSAMENTE
ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE CUMBRES BORRASCOSAS, ENEMIGO A LAS PUERTAS, CACHORRO, FANTASMA DE LA OPERA, BLADE RUUNER Y CHOCOLATE.
José
Ramón...
Loli veo en tu relato crecimiento y evolución en la manera de presentar la historia, al igual que Irene considero que esta bien escrito, con dinamismo, con claridad y un buen uso de los tiempos. Me mantuve con el interés de seguir la lectura desde el principio hasta el final. Me gustaria saber que paso con la Abuela de la Historia.
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