El circulo de la vida
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Paul, en honor a la Amistad que tuvimos, prefiero dejarlo hasta aquí.
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Pero, ¿Por qué? ¿Qué te pasa? Es que… acaso… ¿dejaste de amarme?
Decidí aprovechar la oportunidad. No recuerdo
exactamente las palabras. Solo la expresión sombría en su rostro, la mirada de
dolor, que se fue transformando en rabia, en sus ojos rasgados. Porque sus
ancestros quechuas habían aportado a su estampa, la postura arrogante y la
mirada expresiva, que podía acariciar, seducir, pero también matar.
Así que terminé la relación que por casi 4 años
tuvimos. Me aburrí de esperar a que se decidiera a madurar. Me cansé de soñar con pasar de las palabras a los hechos. Más
nunca supe de él. Mis padres decidieron emigrar poco después a los Estados
Unidos, y tras retomar mi vida, mis estudios y trabajo, ya no volví a pensar en
él.
Bueno, quizás de vez en cuando. Como el día
que me casé con Arthur, el día en que nacio nuestro hijo Sebastian. Y hoy. Hoy,
de lo más extraño. Sin ninguna razón aparente. Como cuando mi madre salía con
una pregunta, o una anécdota fuera de contexto. “Es que lo recordé en este momento”…,
solía decirnos. Es en estas ocasiones,
cuando me siento heredera de mi madre. Y que el tiempo hace que esa herencia se
evidencie en nuestro cuerpo, y en nuestros pensamientos.
“Bueno”, me digo a mi misma: “Basta ya de añoranzas.
Pon atención, que se te va a quemar la comida”. Estoy preparando la causa de
pollo. El plato favorito de mi Sebastian, quien llega hoy a visitarnos desde
Philadelphia.
Y es que, siguiendo la torcida costumbre
americana, el chico aceptó la oferta de trabajo más lejana de casa, de las
muchas que obtuvo al graduarse de la Universidad Estatal. ¡Habiendo tanto
trabajo aquí en Texas! Pero el afán de independencia pudo más que las
comodidades de nuestro hogar. O el propio amor por sus padres, o por la comida
peruana… Ni modo.
Ya está todo listo. La comida preparada, la
casa limpia y arreglada, flores en el “foyer”. ¡Arthur hasta bañó al perro! Ya
escucho el ruido del auto aparcándose frente a la casa.
Pero Sebastian viene con alguien. De
espaldas, la larga cascada de azabache brillante, ondula con los movimientos de
la joven. Es obvio que la chica es especial para Sebastian. Si no lo fuera, no
la abría traído a casa hoy, en su primera vacación tras comenzar su trabajo. Y ¿para
ella? También él debe ser importante. Viajar desde Philadelphia hasta acá solo
se hace por una razón o un deseo muy importante. El viaje es largo y un tanto
pesado.
“Pero ¡otra vez estas absorta en tus pensamientos!
Pon atención a la chica” me digo.
Y es entonces cuando me reencuentro con los
ojos rasgados. Con la mirada poderosa que transmite energía, vitalidad, amor.
Reconozco esa mirada.
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Mamá, te presento a mi prometida. Sus padres son peruanos, como tú.
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Encantada señora María. Me llamo Paulina.