miércoles, 24 de febrero de 2016
El círculo de la vida
jueves, 28 de abril de 2011
Inocencia y sencillez
Por sus continuas travesuras, su abuela, querendona pero estricta, muchas veces la sentaba en la silla alta de la cocina: la abuela creía que la castigaba. “A ver si aprendes a no halar la cola al gato o a no mortificar a tu hermana”.
La niña aceptaba el castigo con cierto agrado. Porque sentada allí, sobre aquella silla tan alta, podía mirar a través de la ventana de la cocina, que daba al patio de las gallinas. Ese patio, rodeado de altas paredes de bahareque frisado, ocultaba las maravillas que solo Rosaura podía ver.
Una tarde de mayo, con el sol tras el paredón, castigada esta vez por esconder las pantuflas a su hermana, Rosaura notó un resplandor en la esquina más lejana del patio. Parecía un aro luminoso, que giraba sobre un montículo de tierra y piedras, que la niña y su hermana mayor usaban como improvisado escenario teatral. El anillo al girar, despedía chispazos de luz amarillenta, que rebotaban en el montículo de tierra y subían al cielo, como despedidos por un bate de beisbol invisible, como los de los jugadores que su papá miraba por televisión.
La niña no sentía miedo, solo una gran curiosidad. Quería presenciar más de cerca el fenómeno. Pero si se bajaba de su trono de opresión, el castigo se redoblaría. Cuando volvió a mirar hacia el montículo, el anillo de luz había desaparecido.
Varios días después, Rosaura contó a Eufracina, la doméstica, lo que había visto durante su castigo. Los ojos de la servidora parecían brotarse aún más. “¿Alguien más vio las luces, mi niña?“, preguntó Eufracina.”No”, respondió la pequeña. “Yo estaba solita en la cocina, castigada por culpa de mi hermana”.”Y ¿le has contado a tu mamá, a la abuela, a alguien?” preguntó la doméstica. La niña meneó la cabeza negativamente.
Eufracina reforzó en Rosaura la idea de que era mejor no contar nada a nadie más, porque como siempre, se burlarían de su historia.
Esa noche, la doméstica se desveló. Esperó hasta la media noche y, armada de linterna, pala y escapulario de medio santoral, salió al patio de las gallinas. Estaba segura que la visión de Rosaura solo podía significar que, un entierro de oro aguardaba a ser extraído. Monedas, prendas, quizás hasta piedras preciosas. Eufracina planeaba en silencio lo que haría con aquel tesoro, mientras removía piedras y tierra con la pala. Un frio intenso, extraño para la época del año, le entumeció las manos y le erizó el cuerpo.
Eufracina se encomendó a todos los santos y ángeles que conocía, y siguió cavando. Pero de repente, la pala chocó contra algo duro y metálico, que hizo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo. Al querer incorporarse, no pudo hacerlo y su grito, ahogado por el terror, retumbó por toda su cabeza. En la puerta del patio se dibujaba la sobra, según ella, del fantasma custodio del tesoro.
Rosaura se había levantado para ir al baño, pues no le gustaba usar la bacinilla. Prefería enfrentar la oscuridad y no el olor de sus propios desechos. Fue por esta razón que Rosaura presencio la incursión nocturna de la doméstica al patio de las gallinas.
A la mañana siguiente, Eufracina no se levantó a hacer las arepas, como siempre. Rosaura y su hermana tuvieron que conformarse con un plato de cereal frio con leche. Los desayunos calientes estuvieron ausentes de la rutina de las niñitas, por casi un mes, hasta que una nueva doméstica llegó a trabajar a la casa.
Rosaura nunca supo que pasó con Eufracina y por un largo tiempo se sintió culpable de su ida. La niña volvió a ver un par de veces el anillo, pero después de su séptimo cumpleaños ya no lo vio más. “¡Es que ya me estoy haciendo grande!”, pensaba la niña. Ciertas cosas están reservadas para el entendimiento y la percepción de los más inocentes y sencillos.
miércoles, 6 de abril de 2011
La institución
El calor de las once era aplastante. En el patio de tierra se formaban remolinos de aire caliente, que hacían girar hojas y basura en un breve movimiento circular ascendente. Al caer de nuevo, eran empujadas por ráfagas de brisa tibia que levantaban más polvo, en medio de un clima que nubla la razón y hace aflorar en algunos seres humanos los más bajos instintos.
Dentro del edificio todos sabían que algo iba a ocurrir, aunque ninguna señal lo indicara. Ni carteles, ni mensajes, ni siquiera los susurros eran necesarios. Las miradas transmitían la información de un rostro a otro. Las autoridades de la institución eran las únicas que no sospechaban nada.
Lo más probable era que sucediera a las once y media, cuando salían al patio a estirar las piernas. Sólo quedaba esperar que pasara la ronda de vigilantes, que de seguro desaparecería hacia el comedor a esa hora, como era su costumbre.
Aquellos dos se la tenían jurada desde hacía tiempo; era algo inevitable. Muchos no conocían la razón de ese encono; a nadie parecía importarle. Cada quien había elegido a su campeón y al salir al descampado ocuparon su lugar tras él.
Aparecieron dos navajas. Su filo cortaba el aire, tomando para sí el resplandor del sol inclemente, lanzando destellos que seguían el movimiento vertiginoso del metal. Dos cuerpos masculinos empapados de sudor giraban, saltaban hacia adelante empuñando sus cuchillos y retrocedían, como guerreros veteranos.
Brotó la primera gota de sangre, seguida de muchas otras. Un tajo profundo en el brazo derecho de uno de los adversarios hizo sospechar que se acercaba el final, pero no fue así. Nadie daba cuartel y nadie lo pedía. Hicieron falta muchos cortes en caras, manos, pechos y espaldas antes de que llegara la estocada final. Pedro, diestro y más bajo que su oponente, se agachó y luego se impulsó hacia arriba, con el brazo estirado y los músculos en tensión. Logró enterrar el arma entre las costillas de su rival, alcanzando su corazón. Juan cayó tendido de bruces. Su cuerpo se estremeció unos segundos. Luego dejó de moverse.
La masa humana transformada en jauría salvaje gritaba cada vez más alto, lo que finalmente alertó a las autoridades. El director bajó al patio corriendo, en compañía de dos guardias, pero ya no había nada que hacer: Juan había muerto y Pedro estaba mal herido. Perdía mucha sangre. Lo trasladaron a un hospital cercano. La fiscalía acudió al lugar de los hechos, pero no encontró testigos. Nadie sabía nada. Todo había terminado.
Maestros y compañeros del occiso, alumno de sexto grado del colegio Aníbal Guerra de Guarenas, acudieron al velorio. Una semana estuvo cerrada la unidad educativa, mientras la policía hacía las investigaciones de rigor. Sólo el calor y la brisa polvorienta recorrieron el patio del plantel durante ese tiempo.
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(Ver más en el blog de la pita)
domingo, 27 de febrero de 2011
CARTA PARA MI GATO JERONIMO
Mi querido Jero:
Te escribo ya que me has estado evitando, reacio a cualquier intercambio, y resulta que necesito que escuches mi preocupación pues es justamente gracias a ti que estoy inquieta. Te noto apocado y falta de apetito y esto ocurre a partir de la última cita con el veterinario. Escucha mi interpretación: el doctor te recibió con cariño y con un ¡hola campeón!, expresión que provocó de inmediato un histérico ataque de risa en la enfermera quien murmuró: -¡Dígame eso! ¡ese garabato y qué campeón!
Yo, disimulando mi indignación, te miré porque. no puedo negarte que me dolió pensando cómo reaccionarías tú, tan sensible, ante semejante atropello. Y no me equivoqué; tus bigotes cayeron flácidos y tus ojos se nublaron. Salvo ser más cariñosa, no te dije nada por si acaso eran aprensiones mías desde mi sobreprotección tan criticada. Pero ¡No! No he dejado de observarte y estás por el suelo. ¡Pues no mi príncipe! No te amilanes, hay que madurar y conocer paso a paso, y golpe a golpe, a la gente ¡la gente es mala! Sobre todo la acomplejada, ¿no te fijaste que esa mujer tenía una verruga en la nariz cual grano de caraota roja germinada, un pelo blanco hirsuto con el cual creo que debe pinchar a todo el que se le acerque Entonces mi precioso, todos tenemos nuestra cojera, no somos perfectos ¿te has fijado en la mancha roja que le ha salido a tu mamá Hanna, cual mecha refulgente de meretriz barata de algún suburbio de Paris? ¿Y tu hermana Clementina? Tiene una calva en la frente, lo que pasa es que posa con coquetería su pata ahí, como en actitud reflexiva imitando al “pensador de Rodin”.
Bueno ¡sin ir más lejos! A mí, tu Minina Nonó, ¿no me has visto el gancho inoperable que tengo por nariz, y piernas cual pitillos? Y aquí estoy mi amor, bregando con la vida a los setenta, y dándomelas de bonita.
Tú tienes que embarnecer tu autoestima, no eres ni siamés, ni angora, ni persa y pare de contar, ¡eres mestizo! Entonces estás conformado por una serie de rasgos trasmitidos por tus padres quienes a su vez eran el resultado de un millón de encuentros indiscriminados entre diferentes “etnias” felinas. Por supuesto cada espécimen es único, ¡ú-ni-co!
¿Entiendes? Entonces ¿qué puede uno concluir? Esa señora verrugona seguramente tiene un ejemplar de “casta” y entonces al verte a ti ¡tan singular! El complejo y la envidia afloraron en su corazón mezquino para tildarte de ¡garabato!
Pero no, mi príncipe, si tu lo que eres, es un esbelto y elástico felino, gracias a esta constitución fruto de tantas mezclas, eres más ágil que un trapecista y vuelas de techo a techo, de rama a rama, y de liana a liana como Chita la mona de Tarzán.
Bueno mi precioso, cambia la cara y ¡arriba el corazón! Adelante día a día, que tienes mucho para ser feliz ¡mi campeón! Eres dueño y señor de esta manzana donde vivimos , por donde vuelas como ave, cabalgas saltando obstáculos como equino, y trasnochas hasta altas horas, deambulando en busca de “un no sabes qué” culpa de la operación, yo sé que es culpa mía, pero entiéndeme, no podía arriesgarme a mantener aquí un perenne cortejo de la abundante población de gatas vecinas compitiendo por seducirte, los períodos de celo de esas “garabatas” desvergonzadas y con tan poco pudor, ¡son insufribles! Para ellas y para nuestros oídos, entonces ¡mi príncipe!, perdóname, también tenía que evitar esa antihigiénica costumbre de los machos de estar marcando territorio, con la intervención quirúrgica todo ello se evitó, eres un gato célibe y pulcro. Entonces grácil galán, aprovecha tu soltería y disfruta de los consentimientos de las hembras de esta casa, tu madre Hanna y tu hermana Clementina, y tu dueña Minina Nonó, tan respetuosa de los “derechos felinos”.
miércoles, 23 de febrero de 2011
Cristal
Ernesto hablaba con el maître, Pablo exhortaba a los mesoneros a buscar afanosamente; Matilde consolaba a Clementina que, como semejando su celebración, parecía un Cristal a punto de romperse. De pronto, un hombre se acerca a la mesa, la consternación de todos los involucrados pareció suspenderse como en una película de Hitchcock. El sujeto abre su mano derecha y resplandece el diamante de Clementina. Sorpresa, llanto, mil emociones en una. El hombre explica que estaba bajo una mesa. Todos sienten una brisa soplando alrededor. “Por acciones como estas, el mundo todavía sigue teniendo fe”, fueron las palabras que expresó Ernesto. Abrazó a su mujer todavía visiblemente afectada. Agradecidos volvieron a sus puestos. Ordenó al capitán llevar una botella de vino a la mesa del buen samaritano y giró instrucciones para el pago de esa cuenta. La calma reinó de nuevo. Solamente el corazón de Clementina no paraba de estar fuera de ritmo, intentando descubrir cómo había pasado aquello. Volteó y con una tímida sonrisa, observó a las tres personas que acompañaban al ángel del diamante. Una bella mujer de largo cabello negro, un hombre con ojos risueños; otro, rubio, de facciones de Europa del norte y él, el tímido salvador de la noche, con una sonrisa espléndida encontrándose con la mirada de Clementina. ¿Era posible tanta bendición a su alrededor? ¿Le había dado las gracias? ¿Sería un hombre caritativo de verdad? Todas estas preguntas baladíes, la verdad, poco importaban. Ella no tenía dudas sobre la buena estrella que siempre le había acompañado. Esa ocasión habría de dejar una huella. Para esa fecha especial, para ese día en los trabajadores del restaurante, para ese hombre misterioso y noble que tendría algo qué contar en el futuro.
lunes, 21 de febrero de 2011
Gracias por todo
El anillo del milagro
Estaba corto de dinero y tenía la responsabilidad de invitar la cena a ese divertido y fogoso grupo. Gerard y Camila estaban de visita en Venezuela y se marchaban al día siguiente, era la oportunidad de compartir con ellos antes de su partida. Había sido su agasajado en otras ocasiones fuera de estas fronteras. La noche prometía sorpresas y cabía hasta la posibilidad de que mi tarjeta de crédito no pasara a la hora de pagar la cuenta. La Caridad del Cobre no me abandonaría. Me dispuse a disfrutar la noche escuchando los cuentos al más puro estilo de una película de Almodóvar dónde estaban presentes entre risas y lágrimas anécdotas de una Cuba comunista y una Venezuela a la expectativa de no saber en que se convertiría.
En una mesa vecina en la que estaban dos parejas elegantemente vestidas se inició todo un movimiento extraño entre mesoneros y clientes. “Como que se les perdió algo, debe ser de valor, porque lo buscan de manera desesperada” exclamo Gerard.
El brillo de un objeto distante centro mi atención e hizo que me levantara de la mesa en su búsqueda. Había algo escondido entre la pata de un mueble y la esquina de la pared. Se trataba de un anillo de oro con un diamante de grandes proporciones y de brillo deslumbrante. Lo recogí del suelo, lo metí entre una de mis manos .Por segundos pensé que hacer con ese maravilloso descubrimiento. Me dirigí a la mesa vecina y miré a una de las mujeres que lucía desencajada.
“Esto es lo que buscan” Entre risas y lágrimas recibí una muestra de agradecimiento en un sollozo que apenas dejo escapar “gracias “. El hombre que la acompañaba me dio la mano y dijo “estas acciones son las que me permiten seguir teniendo fe”. Regresé a mi mesa y les conté a mis amigos lo que había pasado. Una botella de champagne sin costo alguno fue la recompensa inmediata de mis vecinos de mesa.
Llego el momento de irnos y la cuenta tenía que ser cancelada. Pues en mi Venezuela de oportunidades todo es posible, incluso siendo honestos. No había cuenta que pagar, el anillo había hecho el milagro.
domingo, 20 de febrero de 2011
Recuerdo de un anillo
Elegí la marisquería por la promesa de una carta exquisita y por mi deseo de que Yamila, mi hermosísima amiga y única fémina del grupo, saboreara su comida favorita. La mesa para 4 estaba al fondo del restaurante. Ideal para poder conversar. Además sentado frente a Yamila, disfrutaba de la mejor vista del lugar.
En un momento hacia el final de la velada, noté agitación en la mesa contigua, donde dos parejas cenaban. Los hombres comenzaron a mirar por debajo de la mesa, buscando algo, mientras una de las mujeres tranquilizaba a la otra, que estaba al borde del llanto. No pude evitar involucrarme, y me encontré mirando desde mi silla, por lo bajo de mesones y aparadores cercanos.
De repente, un reflejo luminoso captó mi atención. Abandoné mi mesa y me dirigí hacia el aparador recostado a la pared. Allí debajo lo encontré. Era un diamante impresionante, montado sobre un anillo de oro macizo, cuyo aspecto y peso garantizaba un alto valor. Me dirigí hacia la dama llorosa y le pregunté: “¿es esto lo que buscan? Ella me miró con ojos anegados, que pasaron de la tristeza, al asombro y luego al agradecimiento, en segundos.
Uno de los hombres que la acompañaban, me agradeció y comentó, que por acciones como esas, él seguía teniendo fe en la gente. Retorné a mi mesa. Mis amigos no entendían qué había pasado. Les conté lo sucedido y comenzaron a bromear, imaginando las implicaciones económicas del hallazgo.
Pedí la cuenta. Pero en su lugar nos trajeron una botella de espumante y la noticia de que, tanto la botella como la factura de la cena, habían sido pagadas por el dueño del anillo. La celebración se prolongó, para tomarnos una segunda botella pagada por mí.
¿Por qué devolví el anillo? Cuestión de principios. Además, la joya más hermosa de la velada ya estaba en mi mesa y tampoco me pertenecía. La bella Yamila me visitaba con su esposo. Su sola presencia, y la mirada de admiración por mi honestidad eran mi recompensa. Me sentí su héroe esa noche, para mí al menos, ¡memorable!
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Basado en un hecho real.
sábado, 19 de febrero de 2011
El anillo
jueves, 17 de febrero de 2011
El anillo
Alex acababa de comprar su primer apartamento. Para lograrlo había tenido que empeñar hasta la camisa. Le debía a cada santo una vela y era un hombre muy devoto. Miguel, un empresario cubano exitoso y gran amigo, lo llamó una tarde. La pareja que habían conocido el verano pasado en París haría una breve parada en Caracas, únicamente para reunirse con ellos. Su presupuesto no contemplaba imprevistos y su próxima quincena estaba a años luz de distancia. Ellos sólo estarían una noche en la ciudad.
Miguel había hecho las reservaciones en Kala, un restaurante carísimo. No podía echarse para atrás, quería ver a sus amigos, quienes los habían colmado de atenciones en Europa, y además deseaba pagar la cuenta esa noche. Miguel lo había invitado ya demasiadas veces.
Sin mucho tiempo para pensarlo, se ofreció a recoger a la pareja en su hotel. Antes de salir de su casa, echó una última mirada a sus tarjetas de crédito. Temía que las rechazaran.
Mientras esperaba en la recepción del Marriot detalló el lugar. El lujo lo desbordó. Se sintió aún más pobre. Irama y Jackes bajaron. Parecían estrellas de cine: ella era una morena espigada bellísima. Él, un rubio alto y elegante.
La velada transcurría placenteramente. Lo único que desentonaba era la agitación en la mesa de al lado. Sus ocupantes estaban bastante exaltados. Logró descifrar el motivo cuando los mesoneros se sumaron a lo que interpretó como una búsqueda frenética.
Vio un destello entre la pata de un mueble y la pared. Caminó hacia él, se agachó y tomó lo que resultó ser un anillo de oro, con un brillante bastante grande.
Se volvió a mirar el salón. Nadie había notado nada. Sus amigos platicaban animadamente. La atención de la dueña de la joya y sus acompañantes estaba enfocada en el área inmediata a su mesa.
Lo examinó con disimulo. Su peso, el tamaño de la piedra y el disgusto de quienes lo buscaban, le permitieron hacer un cálculo rápido de su valor. Sonrió. Una expresión de triunfo acompañaba su semblante. Inició una marcha lenta hacia la mesa, con el anillo oculto en su puño. La solución a sus problemas económicos estaba en su mano.
-Perdón señora, ¿es esto lo que están buscando? –preguntó mientras entregaba la sortija a su dueña.
-Sí señor, gracias –respondió la mujer emocionada. Reía y lloraba a la vez.
-No hay de qué.
-Limpio, pero honrado –pensó, mientras regresaba a su mesa.
Poco después, recibieron una botella, cortesía de los comensales vecinos. Se acercaba el final de la noche. Sus preocupaciones se renovaron. ¿Cómo pagaría la cena? Mientras pensaba en esto, le hizo al mesonero una señal para que les trajera la cuenta y, para su sorpresa, este les indicó que ya había sido pagada.
-¿Será esto lo que llaman Karma? –pensó.
Celebraron el gesto de sus vecinos con otra botella de vino, por la que sí pagó.
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